Historias de un cuchillo

Historias de un cuchillo

En abril del año pasado, ocho meses después del ataque con cuchillo que casi le cuesta la vida, Salman Rushdie me dijo que había comenzado a escribir un libro sobre los hechos. “No sé qué saldrá, pero ya he comenzado”, me dijo. Era un domingo soleado de Nueva York; Rushdie llevaba un lente oscurecido sobre su ojo derecho, el que perdió tras el ataque, y su mano herida todavía no funcionaba normalmente; pero se había embarcado en la escritura del libro, decía casi con entusiasmo, y no había vuelta atrás. Me pareció claro que se trataba de lo que podemos llamar, con la detestable jerga de nuestros días, el control del relato. Pues Rushdie se ha pasado los últimos 35 años tratando de evitar que su vida quede reducida a su accidente más visible: la condena a muerte que decretó en su contra el Ayatolá Jomeini tras la publicación de una novela llamada Los versos satánicos. En los últimos años, me dijo, le había parecido que los lectores hablaban de los libros nuevos sin evocar la fetua, ni al Ayatolá, ni Los versos satánicos. Ahora la conversación volvería sin duda a la que era antes. Y lo que uno no cuente, me dijo Rushdie, lo contarán los otros.

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