El Duque resiste: por qué vuelve la figura del “narco bueno”

El Duque resiste: por qué vuelve la figura del “narco bueno”

Si México tuvo a su Chapo Guzmán y Colombia a su Pablo Escobar, España ha tenido a sus Charlines, su Laureano Oubiña o su Sito Miñanco. No una aristocracia criminal, pero sí una rutilante clase media. Los narcotraficantes forman parte de nuestro folklore nacional, son figuras familiares que gozan de un cierto arraigo. Eso explicaría lo bien que ha acabado cuajando en España ese genuino producto latinoamericano que son las narcoseries. No solo las importamos con fruición, de Sin tetas no hay paraíso a Narcos. También las producimos con diligencia. La última es Mano de hierro, estrenada en Netflix el 15 de mayo. Muy pronto se unirán los narcos gallegos de Clanes, otra ficción de Netflix. Y no mucho antes llegaron Perdida, El príncipe, Hache, Gigantes, Vivir sin permiso, Entrevías, El niño (la película) y Los Farad. La novedad (relativa) es que nuestros nuevos narcos de ficción ya no son villanos. Hoy son, cada vez más, protagonistas.

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Todo llega: Antihéroes de tele por cable

Fueron las cadenas de pago las que cambiaron el juego. La presencia del antihéroe audiovisual puede rastrearse desde los orígenes del cine. Pero empezó a convertirse en prevalente a partir de la contracultura de los sesenta, “cuando el cine empezó a dejar atrás su edad de la inocencia”, dice el profesor Nahum García. Las ficciones televisivas siguieron aferrándose unos años más a la lógica maniquea de héroes y villanos. Pero, según el libro Prime Time: Las mejores series de TV americanas de CSI a Los Soprano, de Concepción Cascajosa Virino, la irrupción de las cadenas por cable como productoras de ficciones orientadas a un público refinado y exigente acabó cambiando las reglas del juego.

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