La hora de los jueces frente al abuso de poder

La hora de los jueces frente al abuso de poder

Pedro Sánchez sacó adelante la votación definitiva de la Ley de Amnistía que pactó con el procesado Carles Puigdemont con el respaldo de sus cómplices de la ultraizquierda, el separatismo, el soberanismo y los proetarras. Todos ellos, esos 177 diputados que dieron el sí al borrado de los delitos del procés, han escrito sus nombres en una de las páginas más negras e infames de la historia de España. El debate de la iniciativa en el Congreso, que tumbaría el veto del Senado, demostró lo que ya sabíamos, que el argumentario y la justificación esgrimidos por Moncloa son un escarnio y un insulto a la inteligencia de los españoles, que no solo no fueron consultados ni informados sobre hasta dónde estaba dispuesto a llegar el presidente para aferrarse al poder, sino que resultaron las víctimas de uno de los mayores fraudes colectivos que se recuerdan. La amnistía ha sido el gran bulo de una casta de mandamases que ha convertido la mentira en timbre de su relación con los gobernados. Fue negada en infinidad de ocasiones por el sanchismo, como antes los indultos, la derogación del delito de sedición, la adulteración de la malversación, y como ahora lo es el referéndum de independencia, que se producirá siempre que sirva al presidente. El poder político ha certificado el final de la igualdad ante la ley de los españoles, la división de poderes y en esencia los derechos y las libertades básicas consagradas en la Constitución después del mayor acto de corrupción política que puede cometer un gobernante, como es mercadear impunidad a cambio de poder. Tal grado de abyección institucional únicamente es posible cuando los principios y las convicciones morales no existen. Como han reivindicado con razón los beneficiarios golpistas de la gracia ilegal, ha sido el triunfo de los principales enemigos de la democracia liberal del 78 gracias a un PSOE convertido en el mayor peligro para el bienestar y la prosperidad de los ciudadanos pues carece de límites y frenos. Debemos reconocer que es una desgracia para el país que el que fuera uno de los artífices del hito de la Transición se haya transformado en uno de sus sepultureros por 30 monedas de plata en forma de siete votos. Desconocemos si aún quedan demócratas y patriotas en la formación sanchista, pues no hay pruebas de vida en ese sentido, pero tenemos claro que la nación necesita a lo que un día fue aquel gran partido de estado. Aunque la derrota ha sido inapelable, no debemos darla por definitiva. Los tribunales son casi el último reducto de un estado de derecho en retirada y estamos convencidos que sabrán cumplir con su deber en defensa de la Ley. Sin grandes ilusiones en la suerte de los recursos de inconstitucionalidad, las cuestiones prejudiciales a Europa se asoman como hilo de esperanza convencidos de que semejante ataque a la democracia no puede ni debe prosperar en el club comunitario de la libertad. La amnistía no traerá ni concordia ni entendimiento ni convivencia, sino un futuro crítico para esta vieja nación plagada de enemigos.

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