Amnistía como trampolín

Amnistía como trampolín

Hacen bien, son listos y tienen razón los independentistas cuando se ufanan de lo logrado. Naturalmente que deben sacar bíceps y hacernos pedorretas y reírse de nosotros. En cuanto a nosotros, más nos vale no mirar en otra dirección, el hombre inteligente no sólo se alegra de sus triunfos, sino que aprende de sus derrotas y esta es una de las mayores que España ha vivido desde Franco. Suscribo punto por punto lo que ha dicho Miriam Nogueras de Junts («No es perdón ni clemencia, la amnistía es victoria») y lo que ha señalado Jordi Turull: la norma ha sido aprobada «sin renunciar a nada». En efecto, han conseguido que lo que parecía imposible, sea posible. Como reza el manifiesto leído el viernes por Junts, ERC, CUP y Comunes: «Las multas, encarcelamientos, exilios e investigaciones policiales sólo han conseguido reforzar los argumentos que justifican la apuesta para que Cataluña sea un estado propio».

Todo es verdad, porque un hombre sin escrúpulos ha hecho suyo el caudal logrado con la defensa solidaria de España frente al «procés» y lo ha regalado a cambio del interés personal. Pedro Sánchez es el perfecto egoísta y, cuando un hombre así encabeza un pueblo, lo expolia a fondo. Algún día se estudiará cómo blanqueó a los de Bildu, cómo arrinconó a la Guardia Civil, cómo colonizó los poderes del Estado, cómo canceló los positivos efectos del 155 y cómo su mujer favoreció a gente de su confianza. El intento de golpe de Estado fue muy difícil de parar. Nunca se había usado el 155 y se requirió un acuerdo de fondo muy serio entre partidos (incluido el PSOE). Se enviaron policías en condiciones penosas, que tuvieron que alojarse en barcos de crucero en el puerto de Barcelona. El Rey salió en defensa de las leyes y la Constitución. Nos asistía en esos momentos la convicción de la profunda injusticia del “procés”: usaron fondos públicos para el interés de partido, prometieron en su propaganda mentiras como que les amparaba la UE, amedrentaron a los directores de colegio, funcionarios y cuantos disentían de la independencia. La consecuencia de la resistencia de los constitucionalistas fue un refuerzo grande de las instituciones, que se demostraron capaces de resistir y reaccionar. Por eso los independentistas estaban extenuados y han perdido las elecciones. Entre ellos se extendió el desaliento y la convicción de que el «procés» había sido una mentira.

Gracias a Sánchez se ha desbaratado el inmenso caudal logrado. Vuelven triunfantes los que se fueron con el rabo entre las piernas, exhiben la cárcel como pendón glorioso los que pagaron como ratas el haber extorsionado a los demás y queda claro que nada en las reglas es inamovible. Por eso anuncian ahora los de ERC que el paso siguiente es el referéndum («aunque sea unilateral») y nos recuerdan que el objetivo es la independencia. Por esa razón dice Puigdemont que dejará caer a Pedro si no lo hace presidente de la Generalitat a costa de Illa.

Es incalculable lo dilapidado en solidez institucional, prestigio legal, reputación europea y resistencia ciudadana. No hay dolor más grande que escuchar a muchos españoles murmurar agotados: «Pues que se vayan, que nos tienen hartos». Es un riesgo enorme que los Puigdemones y Junqueras y Rufianes hagan músculo. Bastará una crisis económica nacional o una época de decadencia para que la propaganda alucinada reclute de nuevo a los que se extenuaron con tanto embuste y vanagloria. La verdad, pobre Pedro Sánchez. No me gustaría ser él. Los países pasan y los continentes cambian, pero el bienestar logrado por esto que humildemente llamamos España ha beneficiado a muchos. Llevar en la conciencia el haberlo torpedeado es una carga muy amarga. La amnistía de este hombre inicuo será el trampolín de los que habíamos derrotado con creces.

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