Mónica García, la ministra sectaria que solo sabe destruir

Mónica García, la ministra sectaria que solo sabe destruir

Después de seis años de gobierno socialcomunista, la Sanidad está hecha unos zorros. Puede que más allá del calvario de las listas de espera, el españolito de a pie no perciba aún la gravedad de la situación. En general, tiene acceso relativamente fácil a las medicinas y si sufre una dolencia inquietante, todavía le basta con acudir a urgencias para que los médicos acometan un diagnóstico rápido y procedan a aplicar el tratamiento. Desde este punto de vista, todo sigue igual que antes. Sin embargo, el problema está en lo que no se ve, aunque ya comienza a atisbarse.

La atención primaria se encamina, por ejemplo, hacia el desastre. Para acceder al médico de familia hay que esperar más de diez días en algunas autonomías. En todas, los centros de salud carecen de capacidad de resolución y son meras puertas franqueadoras del paso hacia los hospitales. Los sanitarios que trabajan en ellos están sepultados por la burocracia y, posiblemente, son los que más sufren en sus carnes las carencias de un modelo funcionarial que ha cercenado el espíritu liberal que siempre acompañó a la medicina. Para colmo, faltan médicos y enfermeras, y ninguno de los ministros de Sanidad que ha tenido Sánchez –seis nada menos, a uno por año, se dice pronto– ha hecho nada para arreglarlo. Nada.

Las condiciones laborales son tan exasperantes, que los MIR huyen de la especialidad como si fuera la peste. En los hospitales sucede algo parecido. El régimen estatutario y el modelo de gestión tradicional, arcaico y anacrónico con las exigencias de los nuevos tiempos, fomentan la sindicalización, alientan la indolencia y desincentivan el sacrificio. Víctima de la ineficiencia, la sanidad española se encuentra, además, colapsada. Su propia inercia, los rescoldos de la pandemia y el envejecimiento de la población han poblado las consultas de pacientes hasta cifras récord. En junio de 2018, cuando Sánchez alcanzó el poder, en España había 584.018 enfermos en espera de una operación. Seis años después, la cifra ha crecido en 265.517 y ya llegan a 849.535. En 2018, la demora media para pasar por el quirófano era de 93 días en el conjunto del país. Hoy, llega a los 128 días. Y lo peor de todo es que la tendencia apunta a un empeoramiento.

Dentro de este desastre absoluto en el que el sanchismo ha sumido la Sanidad, Madrid es una suerte de isla. En esta región, los centros sanitarios operan a los pacientes 77 días antes que en el resto del país. Madrid, además, es una referencia en la atención de algunas patologías como el cáncer, hasta el punto de que puede ser considerada como el Houston de Europa, y cuenta además con servicios punteros en numerosas especialidades. ¿Qué ha hecho para triunfar donde el Gobierno ha fracasado? Hacer justamente lo contrario de lo que pregona éste. A diferencia de hace años, hoy los mejores MIR quieren formarse en Madrid, y los pacientes de otras regiones acuden a la capital en busca de los tratamientos que sus regiones son incapaces de proporcionarles. Una de las claves de este éxito es la colaboración público-privada, porque somete la gestión de los centros a parámetros de eficiencia y estimula, por comparación, la automejora de los centros tradicionales. Como Madrid es rival del Gobierno y la ministra de Sanidad, Mónica García, solo se guía por el sectarismo, se ha propuesto suprimirla. Mientras Madrid crea, el Ministerio destruye y las listas de espera crecen y crecen. Esto es lo que tenemos al frente del país.

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