Crítica de “Eureka”: las curvas del tiempo ★★★★

Crítica de “Eureka”: las curvas del tiempo ★★★★

«El tiempo es una ficción, inventada por el hombre», le dice un abuelo a su nieta en «Eureka» antes de iniciarla en un ritual mágico, que, presumiblemente, la convertirá en cigüeña. No es difícil ver en esa frase el particular credo de Lisandro Alonso, que ha curvado los límites del «slow cinema» hasta transformarlos en círculos abiertos y difusos, que se superponen película a película formando un mandala de otro planeta, un jeroglífico que explicaría a generaciones futuras qué ha significado vivir en la Tierra. Si uno recuerda el final de «Jauja», en el que una adolescente que se pierde en la Patagonia y aparece en la Dinamarca contemporánea encuentra un soldadito de plomo que tira a un estanque, puede pensar que ese soldado, transmutado en cowboy polvoriento e igualmente interpretado por Viggo Mortensen, renace en el primer segmento de «Eureka» para completar la misión que le llevó, en una realidad paralela, a buscar a su hija en un paisaje cada vez más pedregoso.

Es el tiempo que nos devuelve lo que estaba muerto o desapareció, columpiándose en la imaginación de los hombres. Este western indolente, que puede evocar a los de Monte Hellman pero también al «Dead Man» de Jarmusch (otro viaje metafísico), acaba siendo solo una imagen consumida en otro universo, mucho más reconocible, el de una reserva india de Dakota del Norte hoy mismo. Es el primer portal que cruza la película, revelando que entre el tiempo mítico y el tiempo humano hay mucha menos distancia de la que pensamos, y que es fácil trazar un viaje de ida y vuelta entre ambos. Es aquello que quedó del colonialismo que el western clásico daba por sentado: un montón de nieve, una policía cansada abriéndose paso en la oscuridad y una chica preparando su tocata y fuga, dispuesta a abandonar ese cementerio horizontal de casinos y cárceles narcotizadas.

Es hermoso que las fricciones entre los dos segmentos no señalen su heterogeneidad sino todo lo contrario: una cierta continuidad serial, una especie de hermandad en la distancia. Hemos avanzado cronológicamente, pero hay signos que nos devuelven a otro mundo: Chiara Mastroianni, que en el western parecía la cacique del pueblo, ahora es una actriz que investiga sobre la comunidad india. Los actores son cuerpos sometidos por el dictado del karma, como si su profesión fuera reencarnarse, en efecto, en trozos de tiempo que circulan como átomos acariciando el punto de fisión. Nos damos cuenta de que Alonso, que ha hecho con «Eureka» su película más ambiciosa (rodada en tres continentes, con dos directores de fotografía y en varios idiomas) y, tal vez, también la más accesible, está atravesando los géneros –ahora, el thriller à la «Fargo», vaciado de acción, de un realismo triste y sucio– como quien se interna en un agujero negro para buscar, desconcertado, un sentido a lo que no lo tiene.

A la luz del tercer segmento, conectado por una mutación animal, el relato retrocede hasta los años setenta, y se adentra en territorio amazónico, en plena crisis del petróleo, con el ánimo de convertirse en una película de aventuras selváticas protagonizada por un indígena que ha cometido un crimen y escapa hacia el corazón de las tinieblas. El relato oral, los sueños que cuentan los habitantes de una aldea reunidos alrededor de un chamán, sirven como cuentos interrumpidos, las historias que alimentan un tiempo que discurrirá en contra del protagonista, que tendrá que atravesar tierras hostiles –y colonizadas por los buscadores de oro– para, tal vez, encontrar la paz con alguien que procede del futuro.

No estamos tan lejos del cine de Apichatpong Weerasethakul, aunque la película de Alonso, más rugosa, menos armónica, termina cerrando sus rimas acaso con una rima demasiado previsible. Es, tal vez, la única disonancia en una película que hace de los ecos y las reminiscencias su razón de ser, como si toda ella fuera la cueva de «Jauja» en la que Viggo Mortensen se encuentra con la suma sacerdotisa del final de los tiempos, que quizás podría ser su hija. El vértigo del tiempo, que se mezcla con el de la vida.

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