El punto débil

El punto débil

L a semana pasada, Salvador Illa pasó al ataque y decidió intentar defender el insolidario concierto fiscal regional que pide para Cataluña rodeándolo de contexto. Para ello, acuñó un eslogan –que inconscientemente le retrata– y se dedicó a difundirlo en todas las entrevistas. El lema rezaba: «Cataluña ha vuelto». Obviamente, se trataba de un titular y una estrategia de marketing, y de marketing antañón, podríamos decir. Porque, muy en esa línea de demócrata cristiano italiano que se trabaja Illa, la estrategia nos retrotrajo a los años 70 del siglo pasado.

Recuerdo perfectamente aquella época y los cambios de la sociedad española. Mi abuelo era mecánico de coches y le tocó tratar con los vehículos a motor que la autarquía española produjo en la última época de Franco. Eran máquinas pesadas, sólidas, monolíticas. Entonces, tras unos años, al hilo del desarrollismo y el tardofranquismo, empezaron a instalarse en nuestro país las primeras multinacionales americanas del automóvil. Una de las primeras fue una marca muy prestigiosa internacionalmente que empezó a comercializar sus utilitarios en nuestro país. Mi abuelo, con la curiosidad por las novedades propia del mecánico inquieto, no tardó en conseguir ponerle las manos encima a una de esas máquinas inéditas. Lo primero que le llamó la atención fue que la chapa era más débil y delgada. Se trataba de vehículos ágiles, modernos, pero más frágiles y endebles. Obviamente, la fabricación en serie de aquellos productos estaba muy estudiada para reducir al máximo el gasto en metales ofreciendo un rendimiento aparentemente normal. Eso a mi abuelo no le pareció ni bien ni mal: una marca era muy libre de escoger la estrategia de sus productos, si sólidos o baratos. El consumidor también podía decidir si deseaba algo duradero y resistente o algo endeble pero ágil. Ahora bien, lo que me comentó maravillado mi abuelo fue el sorprendente eslogan que aquella marca había escogido para presentar el primer modelo que introducía en nuestro mercado. El lema entonces era: «Nacido fuerte». Se dio cuenta enseguida, fascinado por la falta de escrúpulos del marketing, de que el objetivo de la publicidad era empezar precisamente negando y contradiciendo el principal defecto, su punto débil, porque luego cualquier posibilidad positiva ya hablaría por si misma. Lo que se pretendía hacer, de cara al consumidor, era encubrir y ocultar el principal ángulo ciego del producto.

«Estrategia de marketing»

Algo parecido a esa estrategia de marketing setentero es lo que nos ofrece Salvador Illa con su «Cataluña ha vuelto». Es obvio que, con el trato que intenta vendernos, esa Cataluña que él pretende no vuelve, sino que se va precisamente de la caja común. Entonces, ¿por qué no reconoce claramente el objetivo? ¿A qué ese verbo «volver»? ¿Qué está volviendo realmente con la dirección hacia la que apunta el socialismo catalán?

Si levantamos ese capó, el alma del vehículo queda claramente a la vista de todos. Se rehabilita a Jordi Pujol, un presidente que defraudó al fisco de todos sus compatriotas. Se saca a pasear a la reliquia y se asegura que toda su etapa de maletines, comisiones y evasión fiscal «hizo mucho por Cataluña». Se quiere volver a la Cataluña del oasis corrupto, de la charca inmóvil con decorado de palmeras que caracterizó a la sociovergencia. Era una Cataluña cómoda y controlable para ellos, basada en el aprovechamiento y la más absoluta indulgencia moral. ¿A dónde llevó todo aquello? Ya vimos el resultado en pocos años.

De una manera ingenua e infantil, el socialismo saca pecho porque han conseguido auparse en el poder del gobierno autonómico en Cataluña, el gobierno central y el ayuntamiento de Barcelona. Pero eso ya sucedió de 2006 a 2010. ¿Nadie recuerda ya a Hereu, Montilla y Zapatero? ¿Tampoco recuerdan cuando y cómo terminó todo aquello? Desembocó en 2012 con el inicio del «procés» que, en menos de un lustro, sumiría a Cataluña en el caos. Ahora, se quiere rehabilitar precisamente a aquellas figuras que, con su mala cabeza y su descarada desfachatez moral, sumieron al territorio en una gran confusión sin norte.

Lo que ya no es ingenuo ni infantil, sino desesperado y peligroso, es la estrategia de negarle la realidad al consumidor. Cataluña, desgraciadamente, a lo único que vuelve es a las andadas.

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