A Yolanda se le avinagra el carácter

A Yolanda se le avinagra el carácter

Que tres millones de españoles, un doce por ciento del censo electoral, votaran a Sumar en julio de 2023 no es un hecho despreciable ni, por supuesto, cabe mandar a la mierda a un grupo tan numeroso de compatriotas que, entiendo, querrán lo mejor para su país. Pero, dicho esto, son lo que en términos parlamentarios se considera una minoría, venida además a menos tras la tocata y fuga de las Belarras, y uno se pregunta de dónde le viene a Yolanda Díaz ese aire de superioridad con el que despacha a esas gentes de derechas que no piensan como ella opina que deberían pensar. A diferencia de Pedro Sánchez, que es perfectamente consciente de que no cae, precisamente, bien a más de la mitad de los españoles y actúa en consecuencia, la señora Díaz se maneja en un aire de entre sorprendida y molesta cuando se le lleva la contraria y, últimamente, pierde los papeles y dice palabras gruesas, ella, que en la política siempre ha sido buceadora de fondo, queda, pero de dentellada baja y letal, y si no que se lo pregunten a los compañeros de aventura política en Galicia, donde, por cierto, en las últimas autonómicas Sumar no llegó al 2 por ciento de los votos y se quedó fuera de la Cámara autonómica. Y, luego, está esa auto convicción de que todo lo que ella hace es «chulísimo» y de que son los únicos que saben gobernar bien este país, sin otra prueba empírica que la afirmación del «porque yo lo valgo», dados los resultados tangibles de sus iniciativas políticas. Por ejemplo, la reforma laboral que a efectos «zurdos» se quedó muy corta y, a los prácticos, ha conseguido hacer aún más precarios a los trabajadores que ya estaban en precario. Por no hablar del empeño en sabotear el mercado inmobiliario, con unas propuestas alternativas marca de la izquierda que siempre han sido un fracaso. Porque no hay términos medios. O el Estado levanta los seiscientos mil pisos que, según el Banco de España, hacen falta donde hacen falta, en las grandes áreas metropolitanas, o se facilita que la iniciativa privada tire del carro que, al fin y al cabo, es como se han levantado la mayoría de las ciudades. Y que sepa la señora Díaz, la que le tumbó a sus socios de gobierno la Ley del Suelo, que a este país, gracias a Dios, seguirán llegando inmigrantes que querrán tener un techo decente bajo el que guarecerse, con lo que el problema de la vivienda no va a desaparecer ni aun estabulándolos, como ahora, en pisos patera a 400 euros la habitación. Nunca la ideología es inocua, pero en el caso de la señora Díaz su aplicación viene siendo letal. Y ni siquiera queda el consuelo de que si, alguna vez, triunfa en España una verdadera revolución comunista la cosas nos iban a ir mejor, porque estos «camaradas» de hoy apuntan las mismas maneras de los «camaradas» de antaño, los de dacha y Chaika, que vivían tan felices en medio de la escasez general. No hay más que tirar de la lista de vuelos del Falcon. A todo esto, el próximo domingo tenemos cita europea con las urnas. En juego, la agenda 2030, la pérdida de peso económico de la Unión Europea, el problema del control de las migraciones, la caída de la natalidad y el enfrentamiento con Rusia. Pero nosotros vamos a lo nuestro, que es a ver si la justicia poética, catalana, claro, le tumba el gobierno a Sánchez. Pero no pasa nada. El resto de los europeos están a las mimas. En fin, que «a la mierda».

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