Agresiones verbales y sexuales, caprichos, excentricidades… Hablan los asistentes de las estrellas

Agresiones verbales y sexuales, caprichos, excentricidades… Hablan los asistentes de las estrellas

No todas las estrellas brillan con luz propia. Al menos en Hollywood. La energía que despiden a veces les llega de un motor que les transmite todo cuanto necesitan para sobresalir en talento, belleza, carisma… Ese motor son los asistentes, curiosamente invisibles en las noches despejadas, pero incuestionables y señalados cuando la estrella empieza a declinar o muere definitivamente. Recordemos la cruda historia de Mathew Perry, fallecido en octubre de 2023 por los efectos agudos de tres inyecciones de ketamina suministradas por su asistente personal, Kenneth Iwamasa.

Es chocante que estos acreditados profesionales, capaces de trascender sus propios egos para hacer brillar a quien tienen a su lado, se dejen empujar hasta acabar en un callejón letal para su jefe y fulminante para su carrera. Aunque su contrato no lo aclare, saben que, además de organizar sus agendas, deberán aliviar sus miedos, salvar sus limitaciones, resolver sus problemas íntimos y cubrir sus necesidades. Las que sean. Un día son dos sillas con forma de huevo (Katy Perry) y otro una docena de cachorros en el camerino (Joe Jonas) o un maniquí con vello púbico rosa (Lady Gaga). Extravagancias frívolas, al fin y al cabo.

Los dilemas nacen cuando, por ejemplo, en esa exigencia entran sustancias para lidiar con los problemas de adicción de los artistas. Ahí el asunto se pone muy turbio. Kenneth Iwamasa llegó a la vida de Matthew Perry en 2022, en una de sus recaídas, porque necesitaba su ayuda para gestionar su caos vital y sus adicciones. Este hombre, hasta entonces un profesional discreto y con una trayectoria impecable, pasó a ser una pieza clave en la cadena de eventos que condujeron a la muerte del actor.

El pasado mes de agosto se declaró culpable de conspirar «para suministrarle ketamina con resultado de muerte» y admitió haberle inyectado la droga, incluida la dosis mortal, por petición expresa de Matthew Perry. El precio por cumplir esa última voluntad es una pena de cárcel que puede llegar hasta 15 años. ¿Era la mano que mecía la cuna o actuó como un criado manso temeroso de las reacciones de un hombre al que, a pesar de su carismática personalidad, los demonios interiores le hacían ponerse fiero?

Una investigación del diario británico «The Guardian» dedicada a los asistentes personales en Hollywood ha revelado detalles de algunas de las complejidades que encuentran quienes trabajan a la sombra de las estrellas. Su conclusión es que a menudo son víctimas de dinámicas de poder enrevesadas e incluso tóxicas. Estos empleados trabajan a destajo sin mirar el reloj y su vida privada acaba difuminándose entre la purpurina y los oropeles de las celebridades, acatando sus excentricidades y locas peticiones, como comida de un restaurante que se encuentra a miles de kilómetros de distancia o satisfacer sus insanas necesidades, aunque para ello tengan que violar las leyes.

Sus biografías no se alejan de esa descripción magistral que hizo «El diablo viste de Prada» (2006), con Meryl Streep interpretando a una tiránica editora de revista de moda que calcaba a la icónica Anna Wintour. Esta se lo tomó con humor, pero el testimonio fue soberbio.

No siempre la relación termina emponzoñada. Justine Ciarrochi, exasistente de Jennifer Lawrence, acabó fundando con ella la productora Excellent Cadaver.

Mientras están a su servicio, generalmente viven con absoluto hermetismo. Solo cuando consiguen romper, hablan, pero casi siempre de forma anónima. Es entonces cuando destapan los detalles de la pesadilla en la que se convirtió el trabajo. La investigación de «The Guardian» saca a la luz que las agresiones verbales y sexuales son moneda corriente.

Cruce de acusaciones

Uno de los capítulos más completos nos lo sirve la exsecretaria personal del rapero Kanye West, Lauren Pisciotta, de 35 años, que presentó una demanda contra él el 3 de junio de 2024 en el Tribunal Superior de Los Ángeles por despido injustificado, discriminación sexual, fraude e imposición intencional de estrés emocional y físico, entre otros cargos. La denuncia contiene «actos ilegales no consensuados, ofensivos, no deseados, no solicitados y no deseados». Aparte de describir con detalle escenas sexuales obscenas, asegura que no le ha pagado el salario de 4 millones de dólares que le había prometido. El rapero justifica el despido en su falta de cualificación y en su «conducta lasciva y desquiciada».

Detrás del servilismo de algunos de estos asistentes está el miedo a ser despedido o entrar en una lista negra con consecuencias imprevisibles. El diario recoge el testimonio anónimo de un profesional: «Emocional, física y mentalmente, estás inmerso en su narcisismo». Y suma su frustración al sentirse invisible, «un personaje más en su mundo».

La investigación menciona también las declaraciones de Rowena Chiu, exempleada de Harvey Weinstein, en «New York Times» y, a grandes rasgos, coincide con lo venimos diciendo. «Como asistente, te encuentras en una situación ambivalente: casi no tienes poder y, sin embargo, tienes responsabilidades desproporcionadas… Mi trabajo consistía en ser invisible y estar en todas partes al mismo tiempo».

Pasan de la nadería a chivos expiatorios o elemento esencial para cerrar una causa, aunque sea en falso. Así ocurrió con Daryn Goodall, que trabajó para Robert Blake desde 1988 hasta bien entrados los noventa. Su declaración fue decisiva en la exculpación inicial del actor por el asesinato de su esposa. En su obituario, en 2011, sus familiares destacaron la firmeza de sus valores. Obviaron que estos se desvanecieron frente al capricho de Blake, un ser complejo y con un largo historial de violencia.

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