La profesionalización de una banda de música es una lógica aspiración para cualquiera que busca vivir con dignidad de su oficio, pero tiene consecuencias. Una de ellas es que puede despegar de la realidad social a quienes escriben las canciones. En la banda madrileña Camellos no tienen ese problema: «Tenemos cuarenta horas a la semana de otras cosas además del grupo», dice Jorge Beltrán, batería de la banda, en alusión a las ocupaciones profesionales del quinteto. Acaban de publicar «Gran Hostal», su cuarto trabajo, por el que asoman sus habituales dosis de humor negro, provocaciones diversas, dadaísmo y crítica social, que presentan este sábado en Madrid (Teatro Barceló).
En cada uno de sus discos aparece su mirada ácida sobre el entorno laboral. Hay sangre en la impresora, ejecutivos estresados, becarios y «afterwork» criminal, ingredientes que ubican el universo lírico del grupo en el de la clase trabajadora. «Admiramos a quienes han logrado abrirse camino, pero nosotros no lo hemos conseguido como, probablemente, el noventa por ciento de las personas que se dedican a esto –dice Beltrán–. Pero nunca nos hemos sentado en la banda a debatir quiénes somos. Simplemente provenimos de entornos medios o humildes, pero no es que nos haya faltado de nada a ninguno, tampoco vamos a fingir lo que no somos. Somos gente normal con vidas normales a las que les toca lidiar con un trabajo, un jefe o jefa, un compañero que se escaquea o trabajar más horas de las que deberías. Si escurres todo eso, acaba empapando las canciones de grupo de una forma natural porque vivimos experiencias parecidas. Escribimos del trabajo porque ¡ponte a sumar horas!», ríe el batería. Así es como surge el demoledor retrato de «Juan in the Middle», el retrato robot de ese personaje universal en cualquier dinámica laboral. «Creo que cualquiera que escuche la canción puede decir que es menganita o fulanito. Porque, si en el trabajo hay una pirámide, en la base están los curritos y en la cúspide, los jefes. Y en el medio hay una nebulosa de gente que sabes que gana mucho y tienen un puestazo y van a muchas reuniones, pero, ¿qué hacen estas personas? La canción está inspirada en esas figuras de las empresas que me encantaría que alguien me explicase qué hacen, a qué se dedican». Uno de esos que van por la oficina soltando frases que huelen a Linkedin: «esa actitud tan negativa / hay que cambiarla por una sonrisa, / un nudo corredizo / y una camisa».
Un cadáver exquisito
Cada una de las canciones de «Gran Hostal» funciona como una habitación en la que asistimos a distintas escenas de la precariedad y la trampa para roedores que puede llegar a ser la sociedad. En «1900» se enfrentan a la imposibilidad de acceder a una vivienda. «Nos dicen que en este disco hay más crítica social que otros y no ha sido intencionado. No es que hubiera un discurso hegemónico de crítica social, es que las canciones nacen de conversaciones que tenemos dentro de la banda y la realidad al respecto es muy cruda y muy jodida y nos ha afectado a todos. Además, se ha creado una especie de lavado de conciencia en base a lo que hace el de al lado que es algo absurdo. Pagas 600 euros de alquiler, pero llega el de arriba y cobra 800 y claro, como el de más arriba cobra mil… te dicen que es como están ahora las cosas. Y esto se convierte en la purga versión alquileres», asegura Beltrán.
Y luego, claro, hay pura escritura automática, como en «Loros», una canción que pudo haberse grabado en el primer disco del grupo pero que quedó en un cajón olvidada. «Había gente que nos la pedía en los conciertos. Y un día la tocamos para hacer la gracia y surgió la duda. ¿Y si la rescatamos? Alguno no la veía claro… porque era vieja. Y la grabamos y nos moló. Yo me alegro de haberla grabado ahora, porque creo que ha ganado. Habla, literalmente y aunque parezca raro, de comer loros, sin segunda lectura. Es dadaísmo puro –dice el batería–. Cuando empezamos, la verdad, es que éramos muy dadaístas. Creo que en esa canción hay solo 16 palabras. Es el cadáver exquisito».