De Rubén Darío a Lorca pasando por Violeta Parra: poetas que amaban a los gatos

De Rubén Darío a Lorca pasando por Violeta Parra:  poetas que amaban a los gatos

Los gatos son mucho más que animales de compañía. Pueden incluso ser inspiración poética, pueden ser la excusa literaria para crear lo mejor de la lírica. Más allá de verlos como compañeros en imágenes protagonizadas por Jack Kerouac o Julio Cortázar, también podemos constatar su presencia en versos de gran valor poético. Eso es lo que nos ofrece un libro publicado por Renacimiento y bajo el cuidado de Ricardo Álamo. «Gatos. Antología poética», un paseo por los versos creados por autores de habla hispana desde finales del siglo XIX hasta la actualidad.

Son muchos los autores que han tenido gatas o gatos como compañeros junto a su mesa de trabajo, como Catarina que probablemente inspiró a Edgar Allan Poe su celebérrimo relato «El gato negro», sin olvidar aquella serie de poemas escritos por T. S. Eliot titulado «El libro de los gatos habilidosos del viejo Possum». Álamo nos recuerda en la introducción del volumen que probablemente estos animales, «estas fieras en miniatura», han atraído a todo tipo de autores por «el porte calmoso o la elegante y majestuosa quietud que le son naturalmente propios».

Los gatos, ya adentrándonos en el terreno de nuestra lengua, han sido excusa para prosas importantes, como «Miau» de Benito Pérez Galdós, «El espectro» de Emilia Pardo Bazán o «El rey de la máscara» de Ramón María del Valle-Inclán. Pero esta antología se adentra en los poetas, en un camino que se inicia con aquella voz modernista e influyente llamada Rubén Darío, con su composición «El pleito» que se inicia con una historia en la que «diz que dos gatos de Angola/ en un mesón se metieron/ del cual sustraer pudieron/ un rico queso de bola».

Por su parte, Manuel Machado nos presenta unos versos que son toda una declaración de intenciones al titularlos «No se libró ni un gato de un soneto», dedicados a una «fierecilla doméstica, graciosa y enigmática,/ añoradora, acaso, de soles ancestrales».

Federico García Lorca también se acerca a la fauna felina gracias a uno de sus poemas de juventud, en este caso de 1920, titulado «Canción novísima de los gatos» y que se refiere a ese «Mefistófeles casero» que en este caso «está tumbado al sol». Igualmente de la Generación del 27, compañeros de Lorca en ese grupo, encontramos a Jorge Guillén y Gerardo Diego.

A medio camino entre la poesía y la prosa, la antología nos trae el cuento «La gatita mancha y el ovillo rojo» y ya, en Chile, tenemos una hermosa canción de Violeta Parra titulada «A mi casa llega un gato», «un gato decente./ Si yo le tomo la cola/ al tiro muestra los dientes». No es la única cantante en este libro porque también tenemos a Cecilia con «Mi gata Luna».

Ernesto Cardenal aporta «Reflexiones de un Ministro». Es el titular de la cartera de cultura quien encuentra «entre el monte un gato». Y Luis Alberto de Cuenca, dedica sus versos, a dos gatos persas que llamaban Otelo y Desdémona.

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