El derecho a la identidad

El derecho a la identidad

En 2018 escribí una novela negra titulada «La mala suerte», donde, a partir de la desaparición de una chica, el detective Roures indagaba un caso muy complicado, que le conducía a un entramado de irregularidades dentro del mundo de la reproducción asistida y los vientres de alquiler, que resultaba aterrador. Como las novelas no tienen que ser reales, pero sí verosímiles, efectué una investigación muy exhaustiva, que me llevó a comprobar, por ejemplo, que en un país de turismo reproductivo como el nuestro, durante 29 años no se cruzaron las historias de los donantes de semen y de óvulos, que según la legislación solo podían dar vida con su material genético a seis personas, y que, al no haber información accesible para todas las clínicas a tales donaciones, era más que probable que los donantes hubiera repetido y hubiera muchas más vidas producto de ellas… Más allá de la irresponsabilidad contrastada de varios donantes que no tuvieron en cuenta que el anonimato propiciaba que hermanos pudieran relacionarse sexualmente con hermanos o tantas otras circunstancias anómalas, descubrí que había habido un caso en Holanda donde el responsable de una clínica había inseminado con éxito a más de cien mujeres con su esperma y también que mucho antes, en Reino Unido existió un caso donde un médico dio vida con sus donaciones a entre 700 y 1000 bebés. Este hecho llevó a los británicos a cambiar su legislación y a obligar a que las donaciones no fueran anónimas, aunque estuvieran exentas de responsabilidad con el nasciturus. Todos estos horrores, sumados al de cientos de miles de embriones abandonados porque sus padres no podían pagar la cuota correspondiente, tampoco querían donarlos, porque era como hacerlo con sus propios hijos y los dejaban para la ciencia, donde no había presupuesto para poder utilizarlos, se quedaban cortos comparados con los de los vientres de alquiler, con niños devueltos por sus «imperfecciones», gemelos separados, granjas de reproducción… Ahora, muchos hombres y mujeres nacidos en su día como producto de técnicas de reproducción asistida plantean su derecho a saber quiénes son sus padres biológicos y el mundo se echa las manos a la cabeza. Pero es lógico. El primer derecho de un ser humano es a su propia identidad. Y ellos, como todos, quieren saber quiénes son. Lean «La mala suerte». Se sorprenderán.

Please follow and like us:
Pin Share