El lodo infame de la mentira

El lodo infame de la mentira

Recuerda muy bien Ruth lo que dijo el Rey en Paiporta en pleno estrépito de barro en el aire e ira manipulada. «No creáis todo lo que se dice; hay mucha intoxicación interesada en crear caos», y sin embargo le parece que tan atinada frase ha quedado sepultada en el lodazal de la disputa política. La frase, que no la precisión casi mecánica de tan inusual advertencia por parte de un Jefe de Estado. Que alguien allá arriba sea consciente de esa realidad perturbadora le hace a Ruth sentirse más tranquila. Que el Jefe del Estado tenga esa capacidad de leer correctamente la realidad del universo ciudadano para el que trabaja, es una extraordinaria cualidad. Tan relevante como poco destacada, según ella ve.

Desde que Felipe VI defendió con esa respuesta las dudas que alguien expresaba sobre el sistema democrático a la luz de la insolvencia de sus administradores frente al desastre, no ha hecho sino cobrar brío ese fantasma hediondo y pegajoso de la desinformación. Lo llena todo, lo mancha todo, lo frivoliza todo, hasta despejar al relato de la realidad de su fuerza de hecho incontestable. El mayor daño de la desinformación y la mentira en un desastre como este se inflige a quien lo sufre. Las mentiras sobre la guerra son parte de una estrategia de dominación que priva a las víctimas –vivos y muertos– de su memoria y mutila su capacidad de recuperación. En Valencia empieza a revelarse esa estrategia precisa de crear caos que avanzó el Rey en pleno ataque a las instituciones del Estado. Y poco le importa que desde cierta derecha extrema se insista en que los detenidos son vecinos de Paiporta sin relación con partido alguno. Eso no aclara nada, entre otras cosas porque los agitadores tienen tendencia a la cobardía y son más de prender la llama y alejarse de la explosión o, por ajustar más el símil al momento, tirar el barro y esconder la mano.

Le gustó el Rey y su valor cívico al enfrentarse al tumulto, y le incomodó la huida de Sánchez y el camuflaje de Mazón, pero también el tímido acuse de recibo de unos hechos así por parte de una política que parecía más pendiente del cálculo de interés que de enfrentarse a lo que aquello estaba reflejando. Fue una agresión a las más altas instituciones del Estado democrático. Y sigue teniendo la sensación de que aquí no ha pasado nada, de que eso no se ha medido con la vara correcta. No puede ni aspira Ruth a ponerse en la piel del Rey, pero entiende que estaba, con esa lúcida advertencia, definiendo también la situación que estaba protagonizando. Ojo, que os manipulan y juegan con vuestro dolor y vuestros miedos.

Los días posteriores nos han traído falsos hallazgos de muertos en garajes convertidos en cementerios, informaciones falsas sobre el trabajo de los militares y los meteorólogos, falsas ayudas de falsos gestores de solidaridad (esta sí, real y contrastada) de una España en estado de shock. Han mentido líderes de opinión, lo han hecho también algunos y algunas destacadas integrantes de esa casta de jovencitos autosatisfechos mal llamados influencers, y han falseado periodistas más pendientes de aparentar que de aportar, de manchar de barro su ropa que de aliviar el barro en el alma de las víctimas. Soporte de su vanidad y no objeto de su responsabilidad social. El caos trajo la mentira y la mentira alimentó el caos. Las víctimas, se repite a sí misma Ruth, los afectados, doblemente heridos en su vida rota y en su verdad falsificada.

Supone Ruth que los medios de comunicación debían de atender a esa verdad incómoda que se ha manifestado con sus aristas de veneno y sangre en esta tragedia de la DANA. Se queja la prensa de que el Gobierno cree universos paralelos de supuestos pseudomedios, y lo hace con razón. No es un poder del Estado el que debe dibujar las fronteras o los límites del espacio propio de los medios de comunicación. Pero al mismo tiempo no da la sensación de que la acción de personajes que se mueven en su ecosistema para conseguir influencia, dinero y poder, le duela demasiado a la prensa convencional. Siquiera que le preocupe.

La extensión de la desinformación como parte de una estrategia de dominación política le parece una evidencia enormemente dañina para el sistema democrático. Una carencia que además abre la puerta a su propia descomposición. Dañar la verdad es solo un paso en el camino de desmontaje de la Democracia como forma de vida. No es una cuestión teórica, o solo conceptual, sino real, palpable, evidente incluso en sus consecuencias como se está viendo claramente en Valencia. La disputa política, que empequeñece a la propia casta que se enfrasca en ella (excepción notable la del silencioso liderazgo de Óscar Puente haciendo y contando lo que hace), está embarrando hasta hacerla invisible esta carcoma del sistema.

Falta liderazgo, sobra fragmentación; falta consistencia moral, sobran interesados y corruptos.

La mentira ha venido a quedarse y alcanzar el poder. El aviso del Rey vale para Paiporta y para el mundo entero. Ese cuyo equilibrio actual puede quebrarse gracias a alguien que al otro lado del mar ha regresado al poder cabalgando orgulloso sobre la mentira. Pero ya no tiene Ruth espacio ni ganas en esta página de papel.

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