Los analistas europeos, públicos y privados, no esperaban estar a 9 de noviembre con la incertidumbre asomando por encima de sus cabezas sobre qué pasará a partir de ahora. Esperaban –más bien ansiaban– una victoria de Kamala Harris. Pero, una vez más, desde Europa se ha adolecido de falta de visión, no se ha mirado a través de unas lentes «made in EE UU» y, ahora, Donald Trump será el presidente número 47 de los Estados Unidos, y cumplirá a rajatabla su promesa de alumbrar una nueva era de proteccionismo económico. Las consecuencias para la economía del Viejo Continente serán evidentes y los avances en la lucha contra el cambio climático podrían verse seriamente lastradas por un reverso de las políticas medioambientales. En Europa se agarran a que hay tanto en juego para las dos partes que Trump no puede arriesgarse a un conflicto sin retorno, en el que ambos mercados saldrían seriamente perjudicados. Aunque más se sentiría en la economía continental.
La actual relación comercial de doble sentido entre ambos gigantes supera de largo el billón de euros, lo que obliga a las dos partes a mirarse a los ojos de frente y sin atajos, para que tanto la Unión Europea como EE UU mantengan en unos términos razonables la mayor relación bilateral de comercio e inversión del mundo.
Los asesores económicos de Trump ya han revelado un primer paso hacia la implantación del proteccionismo: preparan ya la sustitución del impuesto federal sobre las importaciones y rentas por aranceles generalizados, que oscilarían entre el 10% y el 20%, aunque podrían ser superiores. Un golpe en la línea de flotación de la industria pesada europea, sobre todo del acero, pero también de la automoción y del sector agroalimentario. Estos dos últimos, los que más afectarían al mercado español, que se juega más de 20.000 millones en exportaciones a EE UU, el sexto mercado para nuestros productores.
«America first», aquel eslogan del primer periodo presidencial de Trump, ha regresado y pretende quedarse y aplicarse. Mientras en sus primeros cuatro años al frente de la Administración estadounidense su alcance fue limitado –por los tintes improvisados y erráticos de su mandato, junto a unos colaboradores que adolecieron de falta de capacidad y profesionalidad–, ahora la situación se ha revertido. El equipo con el que desembarcará en la Casa Blanca esta vez nada tiene que ver. Encabezados por el gurú tecnológico Elon Musk, los que ahora toman las riendas no son un equipo de adláteres «trumpistas», sino profesionales contrastados con los objetivos marcados y las ideas claras. El fin que persiguen es recuperar la base industrial estadounidense, la autosuficiencia perdida, el pleno empleo y una nueva «american way life». Un objetivo que han apoyado los votantes.