Elogio del valor

Elogio del valor

Al Rey Felipe el valor no se le supone porque lo ha exhibido el otro día en Paiporta, manteniendo su porte erguido y avanzando no con altanería sino con generosidad y compasión hacia un pueblo doliente que expresaba su frustración con el ruido y la furia. Lo hacía, aún a riesgo de su integridad física, mientras al otro lado de la calle el presidente del Gobierno huía espantado y temeroso. Jesse Glenn Gray, psicólogo y combatiente durante la II Guerra Mundial, escribió que «son los cobardes los que mejor entienden la psicología del miedo». Y así es, como refleja este contrapunto entre Don Felipe y Pedro Sánchez. Un Rey valiente y una Reina que no le iba a la zaga. Doña Leticia puede parecer una mujer frágil, pero en el interior de su figura más bien menuda esconde la fuerza de una explosión de ternura y empatía que se expresa poderosamente en el abrazo, la lágrima que se escapa y el rostro afligido de quien se duele en medio de la desolación. Tengo que decir que en otro tiempo fui testigo de esta identificación profunda de nuestros Reyes con los más sufrientes de sus conciudadanos, cuando nos visitaron a las víctimas del terrorismo en un congreso que nos reunió precisamente en Valencia.

Pero el valor lo hemos visto asimismo en los muchos ejemplos de quienes, a riesgo de su propia vida, salvaron la de otros en medio de la fuerza indomable de la naturaleza. Y también en esa multitud de voluntarios que se echaron al camino para, con palos, escobas y palas, participar en el desescombro y servir de porteadores de la ayuda más inmediata a unos vecinos sedientos y hambrientos porque lo habían perdido todo, incluso el sustento cotidiano. En ellos se enuncia ese lema que ha hecho fortuna en estos días aciagos: «solo el pueblo salva al pueblo». Algunos dicen que es reaccionario. Pero no es así, pues ante la pasividad del gobierno nacional y la incapacidad del autonómico, alguien tenía que tomar las riendas de la solidaridad con la valentía de los que sólo tienen sus manos para ayudar. No ha sido la primera vez ni será la última. Lamentablemente. Porque, con la normalidad, llegará el olvido.

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