«No puedes amar a tu país solo cuando ganas», fueron las palabras con las que el presidente estadounidense, el demócrata Joe Biden informó en las últimas horas que el proceso de transición a una nueva era liderada por Donald Trump está a punto de comenzar en Estados Unidos. El mandatario prometió que el 20 de enero el país tendrá una «transición pacífica» como manda la tradición, rara vez suspendida y en tiempos modernos solamente alterada por el asalto al Capitolio el 6 de enero 2021 por parte de los seguidores de quien ahora volverá a ser presidente.
Por su parte, Donald Trump ha mantenido silencio las últimas horas, mientras su equipo prepara la definición de quiénes conformarán los cargos de la nueva administración estadounidense. Durante su primer gobierno (2017-2021), Trump anunció a algunos de sus miembros de gabinete tan pronto como el 13 de noviembre. Aunque no está claro cuánto tiempo se va a tomar esta vez, algunos de sus ex colaboradores creen que podría ser más cauto en definir a su equipo, ya que en su pasada administración esos primeros anuncios se vieron empañados muy pronto por una gran ola de renuncias de personas a las que hoy el mandatario electo define como «muy difíciles de trabajar». Algunos posibles candidatos para el gabinete incluyen al senador de Florida Marco Rubio, defensor de la línea dura con Cuba y Venezuela, y quien además fue finalista como posible vicepresidente. Desde la semana de la Convención Nacional Republicana, este hispano suena como posible secretario de Estado o secretario de Defensa. También quien fuera en el pasado secretario de Estado de Trump, Mike Pompeo, podría regresar en alguna posición destacada; además suenan como eventuales miembros del gabinete 2.0, el exsecretario interino de Seguridad Nacional Chad Wolf y el ex estratega jefe de la Casa Blanca Steve Bannon, uno de los nombres más polémicos después de que sirvió tiempo en prisión y ser considerado una de las voces más radicales de la ultraderecha estadounidense.
Con mucha fuerza ha tenido eco también la idea de que Trump podría considerar a Robert F. Kennedy Jr., se postuló como candidato presidencial independiente al comienzo de la contienda y luego renunció para hacer campaña en favor del republicano. Recientemente se informó que formará parte del equipo de transición y además se baraja su nombre como posible secretario de Sanidad, una posibilidad controversial teniendo en cuenta que a menudo se le critica por compartir teorías conspirativas relacionadas con la salud y por difundir desinformación sobre las vacunas y el negacionismo del VIH/SIDA. Otras de sus ideas preocupantes incluyen eliminar el flúor del agua potable y la posible prohibición de ciertas vacunas.
El cargo de jefe de gabinete podría tomarlo Brooke Rollins, una aliada leal de Trump que actualmente se desempeña como directora ejecutiva del America First Policy Institute, el grupo de expertos de derecha que se espera tenga una gran influencia en la administración. Rollins es una abogada que trabajó como asesora de política doméstica de la Casa Blanca en el último año del magnate en el cargo, y entonces fue generalmente considerada una de las asesoras más moderadas del líder republicano. Las políticas que apoyó durante el primer mandato del magnate incluyeron reformas de justicia penal que redujeron las sentencias de prisión para algunos delitos relativamente menores.
Quizás el nombre más importante que podría barajarse es el del hombre más rico del mundo: Elon Musk, un magante recién convertido a «trumpista» que básicamente hace las veces de defensor del exmandatario en su red social X. Su nuevo «mejor amigo» propone controlar el presupuesto federal y frenar el incesante aumento de la deuda nacional, que ahora asciende a la asombrosa cifra de 35 billones de dólares. Si lo consigue, marcará un camino a seguir para el resto de democracias que fían su crecimiento al aumento de la deuda pública.
Incluso, recientemente Trump propuso que el dueño de SpaceX liderase una suerte de comisión supervisora de las tareas de algunas instituciones de Gobierno, una tarea no muy clara y que podría dar pie a denuncias sobre conflicto de intereses por parte de la eventual oposición demócrata.
Según han alertado expertos, al ser Musk dueño de compañías como SpaceX que están reguladas por agencias federales un papel influyente del multimillonario podría rozar los límites entre los negocios y la política.
El dilema plantaría preguntas sin precedentes sobre el autopréstamo y la desaparición de las pautas éticas, legales y financieras diseñadas para proteger el interés público y el buen gobierno. Hay quienes ven la influencia de Musk, que llevó a través de Tesla los vehículos eléctricos al mercado masivo, obligando a la industria automotriz tradicional a ponerse al día, un ejemplo de cuando ese poder es potenciado. O la misma SpaceX, que hizo que EE UU volviera a ser competitivo en el negocio de los cohetes comerciales. Y por supuesto X, la plataforma de redes sociales antes conocida como Twitter, que sigue moldeando la opinión pública con solo un clic, a pesar de su gestión caótica y su transformación en una fuente desinformación.