¡Es Europa!

¡Es Europa!

Hablan los medios internacionales de la desafección que los partidos políticos provocan entre los europeos y a qué huele su consecuencia más nefasta: el auge de los nuevos populismos a izquierda y derecha. Ahora que la nostalgia manda en esta semana de medallas, banderas e himnos en las playas de Normandía, cabe preguntarse qué queda de aquella Europa a la que vinieron a salvar los del desembarco. En su último y lúcido libro, Timothy Garton Ash repasa física, geográfica y kairológicamente este viejo continente que se tambalea ante las elecciones del domingo; dividido entre las bombas y las urnas, escuchando mensajes disparatados en mítines, debates y tertulias políticas de medio pelo. Mal asunto, porque el repaso del historiador y periodista británico viene a concluir que los mismos males de 1945 nos acechan en la actualidad, revestidos de nuevos ropajes, pero rellenos de la misma paja que en el ocaso de nuestra civilización ardió en 1939.

En nuestra casa, a ninguno de los candidatos se les ha escuchado contar qué quieren hacer en Bruselas por los españoles. Al contrario, los líderes de sus partidos aprovechan cada oportunidad para empujar a los votantes a un plebiscito que no existe ni desean; forzando la máquina para encauzar esta rara consulta sobre el futuro de nuestro país artificialmente. «O ellos o nosotros». Mal asunto, mala praxis y qué miopes, porque Bruselas pesa más en nuestras vidas de lo que nos hacen ver interesadamente. Si se ponen flamencos, Madrid se queda en la capital pobre de opereta que marca el paso que le ordenan los señores de negro, como cuando nos obligaron a reformar la Constitución. Lo hicieron en consenso y amigablemente PSOE-PP-UPN en 2011 sin dramas ni monsergas. Eso es Europa, amigos, y no se olviden, no se dejen engañar por la matraca. Reflexionen en estas horas de vacío sobre lo que nos espera a los nietos de los héroes de Omaha. Bruselas no le queda tan lejos, se lo aseguro.

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