La Puerta de Alcalá o la Puerta de Toledo son, obviamente, entradas a la Villa y Corte. Aviso a forasteros de que se aproximan a la capital. Y sin embargo, otros arcos y puertas tienen un sabor más castizo, será por aquello de que en su entorno deambularon manolas y chulapos. Este es un caso claro: el arco de Cuchilleros. Una obra del genial Juan de Villanueva. Un nombre que va unido a uno de los grandes referentes de la cultura española, a nuestra gran pinacoteca. El edificio, que hoy sirve de sede al Museo Nacional del Prado, fue diseñado por Juan de Villanueva en 1785, como Gabinete de Ciencias Naturales, por orden de Carlos III.
Pero volvamos a lo que nos ocupa, el arco de Cuchilleros. Tras el incendio de la Plaza Mayor en 1790 se cerró completamente la plaza habilitando una serie de arcadas para su acceso. Una cambio clave en la movilidad del principal ágora de la ciudad.
La considerable altura de este arco se debe al gran desnivel que existe entre la plaza Mayor y la antigua Cava de San Miguel. Algo que le ha dado su impresionante aspecto y su gran número de escaleras…
El origen de su nombre está en la calle de Cuchilleros, una de tantas en la zona dedicada a los oficios, a la que da salida, y en la que estuvieron los talleres del gremio de cuchilleros que suministraban sus artículos a todo aquel que tuviera un buen dinero con el que pagarles o al gremio de carniceros concentrados en el interior y aledaños de la plaza Mayor.
En la actualidad, tanto la plaza Mayor como el arco y calle de Cuchilleros son un destacado punto turístico de la ciudad, con un ir y venir constante de visitantes y madrileños que utilizan una de las entradas con más solera de la Plaza Mayor.
Una solera, por lo demás, que va unida al comercio de la zona. Especialmente al de los bares y restaurantes. Que aquí se dan mucho. De hecho, bajo las escaleras de piedra se encuentra el mesón «Las Cuevas de Luis Candelas». Este restaurante es frecuentado por muchos turistas, pero también madrileños que lo conocen de toda la vida. Se llama así en homenaje al célebre bandolero del siglo XIX, que se reunía en esta zona con sus compinches después de sus andanzas. Hasta los camareros van vestidos como en aquel entonces, a modo de homenaje a aquel personaje y, obviamente, para el bien del negocio, pues son muchos los que se acercan a este castizo parque temático a un paso de la Plaza Mayor.
Cabe apuntar que, en lo más alto de las escaleras, arriba a la derecha, y coincidiendo con el peldaño superior de la misma, encontramos en el suelo una pequeña plataforma circular. Está protegida también con una verja y la llaman, desde antiguo, «el púlpito». Desde aquí, aseguran, que el fraile Antonio, del convento de San Gil, arengó a una masa y le infundió el coraje con el que el pueblo de Madrid se sublevó ante la ocupación napoleónica en mayo de 1808.
Y por aquello de dar más historia al lugar, apuntar también que la salida a una casa a la que se sube en esta zona tiene una pasado literario. Entre la verdad y la fabulación más bien. Quiso el escritor Benito Pérez Galdós que en este lugar viviera Fortunata, la más modesta mujer de su genial obra «Fortunata y Jacinta».
Un arco de cuchilleros cercano a la Casa de la Carnicería, por lo que todo toma sentido y que en lo urbanístico también está condicionado por su emplazamiento, ya que la calle en la que está emplazado, en su parte baja, si nos fijamos, es curva. Una manera de hacer esta construcción con todo el sentido. El objetivo era sustentar el peso de la Plaza Mayor y todos sus imponentes y pesados edificios. Estas casas actúan como muro de contención. Algo que ha permitido también que este singular «arco» y puerta llegue hasta nosotros.