Desde la piscina de su casa en Madrid, Alejandro Cancerrado (Albacete, 1986) habla con este periódico sobre un inusual proyecto personal que desvela algunas enseñanzas que podrían ser universales sobre el camino más recto hacia el bienestar. Físico de formación y reconvertido en analista de datos en el Instituto de la Felicidad de Copenhague, Alejandro ha dedicado las últimas dos décadas de su biografía a medir su propio estado de ánimo felicidad. «Todo empezó en 2005, en un momento difícil de mi vida. Aún vivía con mis padres, tenía problemas de autoestima y discutía mucho con mi pareja. Decidí que quería ser feliz y pensé que la mejor manera de lograrlo era medir mi nivel diario», explica.
Su método, simple pero efectivo, consistía en reflexionar cada noche sobre su día y asignarle una puntuación del 0 al 10. Comenzó empleando los calendarios que le regalaban a su padre en el banco y, con la llegada de los smartphones, pasó a llevar un diario en el bloc de notas del teléfono. «La clave es ser honesto contigo mismo y evaluar si repetirías el día o no», comenta. Asegura que este autoanálisis le ha permitido detectar patrones y corregir sesgos de memoria, de la que todos somos víctimas.
Alejandro no es un gurú de la felicidad que ofrece soluciones fáciles. Su enfoque, que ha despertado un creciente interés y que también recoge en “En defensa de la infelicidad” (Destino), tiene muy en cuenta que la vida tiene grises y momentos. No se trata solo de ver en blanco o negro. «Creo que a la gente le gusta porque estamos cansados de que nos vendan recetas mágicas para ser felices que, además, nunca funcionan», reflexiona.
Este físico recuerda cómo su felicidad ha fluctuado a lo largo de los años, según el estado de sus relaciones personales y su vinculación con el trabajo. «Hay muchísimas oscilaciones en mis datos. El lunes suele ser un día muy malo y el domingo, también. Luego va subiendo el bienestar hasta el fin de semana, algo que conocemos bien todos», explica.
La pareja y la crianza de los hijos son dos factores con un enorme predicamento en los resultados de este meta análisis. «Con las relaciones sentimentales he visto algo muy claro. Durante los primeros siete meses estás muy feliz, aunque los inicios suelen venir con variaciones muy acusadas; hay momentos de mucha efusividad en los que te sientes muy especial para el otro, pero también periodos de inseguridad en los que temes no gustarle al otro».
Cuando la relación de turno se consolida, llega una meseta en la que la cosa se modera, ya no hay subidas tan altas ni bajones tan bajos. Echando la vista atrás, calcula que, de media, cada año de estas dos décadas habrá tenido unos 80 días malos (por encima del cinco) y unos 100 buenos (más de esa nota). Y el resto, ni fú ni fa. En cualquier caso, la curva de la felicidad iba en sentido ascendente hasta que se convirtió en padre. No porque subiera más, sino todo lo contrario. «Con la crianza llegó el cansancio, los enfados. el tener que corregir constantemente los instintos de un niño pequeño. Y empecé a tener más días malos. Ahora tengo unos 100 días malos y 80 buenos», cuenta con sinceridad. Eso de que la salud es indispensable para la felicidad lo ha comprobado y registrado. Los únicos tres «unos» que ha puesto en estos 20 años han sido a días en los que se encontraba enfermo, ya fuera por una ostra en mal estado u otra razón que lo mantuviera en cama.
El desempeño de su trabajo también lo mantuvo en el umbral más bajo durante una temporada larga. «De los cuatro trabajos que he tenido uno me mantuvo infeliz durante año y medio. Era un sitio en el que me sentía solo y poco valorado. Ahí me di cuenta de que el trabajo puede afectar mucho a tu felicidad. Si trabajas en un sitio en el que solo importa si haces las cosas bien o si produces, mal. Es importante el lado humano, que te valoren. Que no seas un número».
De su particular diario también se desprenden conclusiones sabidas por todos. A saber; que el deporte, bien, y las redes sociales, fatal. Verdades de perogrullo que, sin embargo, no acabamos de integra. Esa es otra: el registro de sus males no le ha facilitado siempre el cambio de rumbo, tan difícil de corregir. «Uf, cuesta muchísimo cambiar. Yo creo que desarrollamos una personalidad cuando somos pequeños y ya nos tiramos el resto de la vida haciendo las cosas igual. Año tras año». En cualquier caso, y pese a su dietario, cree indispensable «no obsesionarse con la felicidad, los días malos son inevitables, igual que el aburrimiento. Es parte de estar vivo».