Furor por Trump

Furor por Trump

Donald Trump ha protagonizado uno de los regresos políticos más impresionantes de la historia reciente. Con su incontestable victoria de este martes ha pulverizado a la errática industria de las encuestas estadounidense que presentó una de las carreras más ajustadas de los últimos 50 años. Una sociedad norteamericana polarizada por dos visiones antagónicas. Una división irreconciliable.

Los resultados del 5 de noviembre, sin embargo, nos muestran a un país rendido ante Donald Trump. Ha sido el primer candidato republicano en ganar la mayoría del voto popular desde George W. Bush en 2004 y en superar el 40% del voto hispano. Más de 70 millones de estadounidenses, blancos, negros y latinoamericanos, han votado por él con los ojos cerrados. Ha conseguido la mayor proporción de votantes de minorías étnicas lograda por un conservador en los últimos 50 años. En nueve de cada diez de los 3.000 condados de Estados Unidos, su voto mejoró el de 2020. El diplomático Gustavo de Arístegui ha explicado en estas páginas cómo el voto de las minorías se ha ido desplazando lenta pero inexorablemente a la derecha. Y ese mérito es de Donald Trump. Pero al triunfo del movimiento MAGA, una plataforma nacional-populista que promete bajar los impuestos y reducir a cero la inmigración ilegal, también ha contribuido a los errores del Partido Demócrata.

Kamala Harris se equivocó al dar por asegurado el voto de las mujeres. Ningún votante es cautivo y las mujeres no se comportan electoralmente de una manera homogénea. El aborto no ha sido el factor movilizador que creyeron. No todas las mujeres parecen dispuestas a ampliar los derechos reproductivos. Harris apenas logró el 54% del voto de las mujeres, por debajo del 57% obtenido por Biden en 2020. Un bofetón en toda regla.

También hubo una mala gestión de las expectativas. A medida que se acercaba el 5N, los demócratas se mostraron más confiados en la victoria. Creyeron que el entusiasmo de sus bases era mayor que el de sus rivales. O no supieron valorar bien su ventaja o no midieron bien el impacto de ese empeño en las urnas. Los demócratas no valoraron el nivel de hartazgo de la sociedad norteamericana y, por lo tanto, no pudieron o no supieron proporcionarles las respuestas adecuadas. Trump sí. Los demócratas han ido perdiendo la confianza de la clase trabajadora a medida que navegaban por el plano de las identidades. Sin embargo, un intuitivo Trump ha sido capaz de conectar con los «blue collar» (los trabajadores poco cualificados) a pesar de comer con cuchara de oro y pertenecer a una familia privilegiada de Nueva York. Ha sabido entender como ningún otro político las preocupaciones del americano medio y canalizar sus frustraciones contra el «establishment» de Washington. Trump culpa a la élite liberal de haber arruinado las oportunidades de las clases medias-bajas con la deslocalización de la industria estadounidense y con las guerras en el exterior que han desangrado a las familias menos favorecidas. Y los votantes le han comprado su discurso en este tiempo de incertidumbre. Para sus críticos dentro y fuera del país sigue siendo una aberración, pero para decenas de millones de estadounidenses es simplemente una esperanza.

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