Imanol Arias y “La bandera” de la discordia

Imanol Arias y “La bandera” de la discordia

Aunque la actualidad personal marque estos días la agenda de Imanol Arias, que acaba de declararse culpable de varios delitos fiscales para “dejar de estar en la cabecera” del reparto de los problemas legales, también es relevante que el veterano actor regrese a las carteleras españolas con “La bandera”, el primer largometraje que estrena como protagonista en casi un lustro. Dirigida por Hugo Martín Cuervo (“Con quién viajas”), que adapta aquí un texto teatral de Guillem Clua, la película nos transporta hasta el seno de una comida familiar, ese arroz dominguero del que todos hemos sido alguna vez parte y que reúne a cuatro invitados: al patriarca al que da vida el actor de “Cuéntame” se le suman sus dos hijos, Aitor Luna y (un siempre correcto) Miquel Fernández, además de Ana Fernández, una supuesta biógrafa que quiere comprobar la veracidad de las historias que el personaje de Arias le viene contando a su familia desde hace décadas.

Desde una conversación trivial con Gorbachov hasta un baño nudista con el Dalái Lama, pasando por una cena con Lady Di, “La bandera” es el retrato, conversación a conversación, de un hombre casi senil que prefiere contar siempre la mejor historia, no siempre la más veraz. Y es ahí, en ese torbellino de emociones ante de una noticia que sus hijos esperan como la peor, cuando el protagonista revela el elemento que hace girar el filme de Martín Cuervo sobre sí mismo: la presencia de una bandera descomunal en el patio de la casa familiar que, entre indicios y vicios propios, cada espectador puede pintar del color o del signo político que más le convenga a sus prejuicios.

La memoria de las emociones

“Estoy en una racha muy buena, que tiene que ver con la suerte. Me lo he currado, claro, pero hace cinco años no me habría imaginado este nivel de trabajo”, explica extasiado un Martín Cuervo que al estreno de “La bandera” sumará en breves la adaptación de la francesa “¿Quién es quién?” y el comienzo de rodaje, esta misma semana, de un tercer filme. Y sigue: “Eduardo Campoy, que es mi productor habitual, me envió este guion cuando iba en un AVE de Barcelona a Madrid y me emocionó mucho. Nunca me había pasado, pero es cierto que este tipo de historias familiares, historias de padres a hijos y hermanos tocan una fibra sensible en mí. Es algo que ya estaba en mis cortometrajes y que aquí exploramos más en profundidad”, añade el realizador.

Y es que después de rendirse a la comedia -con tintes oscuros-, de “Con quién viajas” (2021) y “Todos lo hacen” (2022), “La bandera” de Martín Cuervo bien puede leerse como un drama más canónico que, en sus momentos más ligeros, también es capaz de dibujar varias sonrisas en el espectador a lo largo de su metraje. “Aunque la puesta en escena fuera teatral, había truco. El teatro grabado nunca ha funcionado. Aquí estamos conminados a la casa, pero siempre había que mantener el espíritu cinematográfico”, apunta el director, antes de abordar la falta de elipsis en un filme que se desarrolla en una tarde casi cronológica: “No hay momentos en los que el personaje pueda derrapar, porque debe existir un raccord emocional y los actores tienen que estar finos todo el tiempo. Es una cuestión de presencialidad y de profesionalidad. Y la verdad es que los cuatro son buenísimos”, completa.

Un actor dispuesto a bajar al barro

Pero, ¿cómo se dirige a todo un Imanol Arias? ¿Se discuten acaso los galones? “Es un tío que se sumerge mucho en los proyectos, se tira de inmediato al barro. Quería jugar todo el rato, participar constantemente. En ningún momento intentó negociar nada, ni siquiera cuando tiene que vestirse de tiranosaurio. Y eso que estábamos en Canarias y él tenía que llevar un ventilador dentro del traje. Es un actor con una carrera dilatadísima y cuando te va bien durante tanto tiempo es imposible que te lo hayan regalado. Es porque es muy bueno en lo suyo. Por supuesto, es cabezudo y cabezota, pero también es verdad que cuando lo es solo es porque cree que ayudará así a la película, no tanto a sí mismo”, confiesa Martín Cuervo.

 

Así, entre discusiones, abrazos y alguna que otra lágrima, “La bandera” discurre por la pantalla como un ejercicio de verdad teatral que, apoyándose por momentos en la encrucijada política contemporánea -y es que el abandono senil también es política-, es capaz de construir verdad cinematográfica. Junto a la recientemente estrenada “La casa”, de Álex Montoya, el filme de Martín Cuervo parece completar el viaje del cine español moderno hacia la generación transicional, esa que creció en dictadura y se compró una casa en democracia: menos libre que la nuestra, pero con muchas más posibilidades. Si una película, “La casa”, trataba sobre los límites de lo emocional, la otra, “La bandera”, trata sobre los límites de lo racional. “El punto en común es el de la vivienda familiar como contenedor de lo vivido, que es al final lo más importante. Lo vivido es mucho más importante que lo material y pelearse por la herencia, por la casa o la bandera, es una excusa para poner sobre el tapete que siempre hay alguien que se siente menos querido o que, al menos, necesita que se lo digan más fuerte. Es un conflicto universal”, opina el director, sobre una temática que aunque añeja, se vuelve cada día más relevante debido a la extremadamente urgente problemática del acceso a la vivienda, acaso resonancias antiguas para termómetros del hoy. Y la bandera, todavía en el jardín.

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