Subió al estrado para pronunciar su discurso de ingreso en la Real Academia Española, pero, en realidad, lo que leyó Javier Cercas fue un manifiesto: uno titulado «Malentendidos de la modernidad», una suerte de desmontaje de cuatro de los equívocos sobre la literatura más extendidos a lo largo de los tiempos. Cercas ocupará el sillón R de la institución que dejó vacante, tras su fallecimiento en 2022 Javier Marías. Como manda la cortesía, Cercas glosó primero la figura de su predecesor, del que dijo ser «uno de los grandes novelistas españoles» de todos los tiempos: «Marías es un psicólogo sutilísimo, un espeleólogo capaz de alcanzar los últimos recovecos de nuestra conciencia y orientarse en la maraña inextricable de nuestras motivaciones; también es un gran arquitecto, o un gran músico: sus novelas están construidas como sinfonías, a base de repeticiones y variaciones de motivos cuyos significados se expanden, se entrelazan y se vuelven más profundos, ambiguos y complejos gracias a ese constante variar y repetir, a ese tejer y destejer constante».
Sin embargo, la motivación de su discurso era otra. «Nos debatimos en una telaraña pertinaz de malentendidos, por no decir de supersticiones y prejuicios, por no decir de medias verdades o simples mentiras, que a menudo distorsionan la realidad y nos impiden verla con nitidez. Se trata de malentendidos muy generalizados en la sociedad literaria -y no solo en la española-, muchos de los cuales se engendraron no hace más de siglo y medio o dos», anunció Cercas, que se rebeló contra el primero de esos equívocos, el del escritor «en su torre de marfil». «Soy incapaz de alegar el nombre de un solo escritor español de primera fila que, en los dos últimos siglos, fuera por completo indiferente al destino de su país; no lo fue, desde luego, ninguno de los grandes iconos de la vanguardia literaria occidental. Kafka, Borges, Joyce, Proust», dijo Cercas, que desmintió el tópico de que el escritor francés lo fuera por el hecho de que mandó forrar con corcho el interior de la habitación donde escribía para aislarse del ruido exterior.
«El segundo malentendido que quisiera denunciar es fruto de una época, la nuestra, que ha aceptado gustosamente conceder un protagonismo excesivo al autor, por momentos hasta apartarlo del resto de los mortales, sacralizarlo y convertirlo en una figura semidivina». Para Cercas, quien completa la obra literaria es el lector y es más importante el Quijote que Cervantes.
El tercer malentendido es que la buena literatura tiende a ser, con escasas excepciones, una literatura minoritaria, secreta, casi de catacumbas (…). El éxito ‘‘mainstream’’ en la industria literaria es imperdonable, puesto que “siempre implica alguna forma de derrota artística”. Dicho ya sin ningún eufemismo: una novela de éxito equivale por definición a una mala novela». Para Cercas, esto es tan falso como el cuarto punto: la literatura no tiene utilidad. «un hombre o una mujer con una buena novela en las manos es un peligro público, una bomba de relojería ambulante, un potencial pensador por cuenta propia, un insubordinado en germen (…) ¿Hay algo más útil que eso?».