La caza internacional, una opción antropológica cada vez más ofertada en España

La caza internacional, una opción antropológica cada vez más ofertada en España

Con octubre a la vuelta de la esquina, muchas comunidades se preparan para iniciar la temporada de caza mayor en España. Sin embargo, hay un movimiento en el sector consistente en «saltar el charco» y viajar a sitios internacionales para ejercer la actividad allí, algo que cada vez conquista a más gente.

Hace un lustro, Fernando Bozalongo y León Rituerto pusieron rumbo a Portugal, donde cursaron un año de universidad. Allí se dieron cuenta de la imposibilidad de practicar una de sus actividades favoritas: la caza. La dificultad para establecer contacto con compañías organizadoras les hicieron sembrar la semilla de lo que posteriormente sería «Hunty», una empresa que podría definirse como el «Booking» de la caza. Cinco años después se puede decir que han logrado digitalizar un sector tradicional que mueve más de 6.500 millones de euros en España al año. «Nadie dentro de la industria se veía contratando una cacería en una página web, desde casa. Ahora bien, si somos unos locos a pesar de haber completado 8.000 ventas con más de 8.000 cazadores en 4 años, que nos lo sigan considerando», explica para LARAZÓN León Rituerto, CEO de Hunty.

La empresa permite que los cazadores busquen, comparen y contraten cacerías a las compañías que las organizan y que están repartidas por toda España y por el mundo, pues hay más de 15 países que ofrecen sus servicios en esta plataforma española, que no ha pasado desapercibida entre los inversores. Hace un año levantaron una ronda de financiación de 1,2 millones de euros. Esta ampliación de capital, que se suma a los 300.000 euros captados anteriormente, tenía unos objetivos claros, entre los que se encontraba la expansión internacional para captar oferta global. «Con las primeras pruebas de 2023, y las que hemos organizado tras el lanzamiento oficial del servicio en 2024, habremos hecho en torno a 30 expediciones fuera de España, y esperamos hacer otras 20 antes de acabar el año», recapitula Rituerto.

Fernando A. C. (1984) lleva toda la vida siendo un apasionado de la caza, la pesca y el monte. «Llevo muchos años cazando, y desde hace un par de años tenía el deseo de realizar una expedición, un safari, junto a mi hijo», explica. «Hace unos 3 o 4 años conocí Hunty. Decidí trabajar con ellos porque en el sector existe una gran falta de profesionalismo. He visto mucho engaño, falta de seriedad y abuso de la confianza. A menudo, juegan con nuestra ilusión de manera ruin», lamenta.

El pasado junio, Fernando y su hijo contrataron un safari con la gestión de Hunty y pusieron rumbo a Suráfrica, a Limpopo, donde pasaron 8 días. Fernando destaca que si los paisajes son ya espectaculares en fotos, en persona se magnifica aún más. Así como también lo hace la experiencia: «Empezábamos jornadas muy pronto, a -4ºC,para superar los 30ºC a mediodía. Nos preparamos mucho para todo, y obviamente también estudiamos a los animales». Este cazador afirma que «la suerte es un componente fundamental» a la hora de avistar especies, al margen de disparar o no: «Lo que vivimos en ese safari probablemente no lo viviremos nunca más, ni aunque hagamos 300. En la vuelta lo comentaba con mi hijo, no quiero que se acostumbre o piense que en la vida las cosas siempre salen bien. Nos juntábamos todos los del campamento en una fogata que hacíamos por las noches para cenar, y había otros españoles, estadounidenses… Les contábamos lo que habíamos visto y se echaban las manos a la cabeza».

[[H2:«Una cuestión antropológica»]]

Diego Guerra (1976) es otro cazador que, «como la mayoría que hace esto por pasión», lo hace desde pequeño. Sus abuelos eran cazadores y fue con su padre con quien empezó a tirar. Su primer sueldo, con 23 años, lo empleó para ir a Suráfrica. Guerra cuenta que «la caza es una industria muy importante allí, genera economía en zonas donde no hay otro sustento. He estado en sitios que me han hecho pensar en el concepto de ‘la España vacíada’. Montañas en las que prácticamente no hay ni alimentos. Cuando vas entiendes por qué les compensa más dar permisos y generar economía que matar a los animales ellos solos».

Para él, la caza es «una cosa antropológica, una manera de conocer otras culturas y acceder a sitios a los que no se accede normalmente. En muchos de los que he estado no se puede entrar porque son parques cerrados al público, que tienen una gestión controlada de ciertos animales, y solo permiten cazarlos allí después de conseguir permisos gubernamentales». Unos permisos que, al igual que ocurre en España, varían mucho de un territorio a otro: «Hay países, como el nuestro, que tienen una legislación muy desarrollada y restrictiva, y otros, donde generalmente la caza tiene menos afición, que tienen muy poca».

Su último viaje fue a Islandia, donde los permisos que se dan son de control poblacional. «La cabaña de ovejas es muy importante en su economía, y los cérvidos pueden contagiarles enfermedades peligrosas. Lo último que quieren es que los animales salvajes les revienten la industria, así que establecen perímetros de seguridad, que permiten que en una zona concreta haya población salvaje de renos y se puedan cazar. Es un país europeo, escandinavo, socialmente avanzado, y regulan así la población animal. Cada año establecen un número de capturas, de machos y hembras, que varía en función de la población que haya. Además, al ser caza gubernamental y no comercial casi nadie se lleva el animal, se deja allí».

Pero, ¿y si, después de recorrer un sinfín de kilómetros en avión, de sacar permisos, de pagar… no se consigue cazar nada? ¿Cómo se queda uno? «Es parte indispensable. Personalmente, si tuviera la certeza de que voy a matar al animal, no iría. También es cierto que todo tiene una evolución. A mi primer safari voy tan maravillado y joven que hago lo que me digan. Ahora sería mucho más selectivo. Si, por ejemplo, el animal no es muy viejo y no ha cumplido su ciclo, yo no tiro», cuenta Diego.

También habla de «necesidad genética». Mientras la tecnología ha despegado nuestro ADN sigue siendo el mismo que hace 30.000 años: «Desde mi visión, porque siempre hablo por mí, creo que algunos no hemos perdido ese algo, ese cromosoma de ir al campo a cazar. Hay gente que sí, obviamente, pero yo, que lo tengo muy fuerte desde la infancia, necesito salir. Y no hablo de disparar a un animal a dos metros de mí maniatado, sino a estar en la montaña por la noche, a miles de metros de altura, esperando ver un animal salvaje».

[[H2:«La muerte es parte, no todo»]]

Saúl Braceras (1956) ha publicado más de 18 libros sobre caza, y su afición también viene de parte de familia, esta vez de Argentina, el país que le vió nacer y el cual abandonó hace 40 años para establecerse en España. Se ha recorrido prácticamente todo el continente africano (y alguno más) de la mano siempre de sus amigos o de su mujer, con quienes comparte la afición por la caza.

Braceras rememora que en una visita a Mozambique descubrió que «a los campamentos de caza se les considera faros de luz. Si hay cazadores, hay trabajo, y eso además permite la entrada de otras culturas a zonas muy aisladas», explica. Recuerda entonces lo que le ocurrió con una familia que le pidió ayuda porque su hijo tenía los ojos muy doloridos y en muy mal estado. Fueron a la casa, que tenía una hoguera dentro, y Saúl entendió que el humo era lo que estaba provocando que ese chico no pudiera prácticamente mantener los párpados abiertos. «Les dije que la sacaran fuera. Para nosotros es lógico, pero para ellos no. A los días vinieron a decirme que el chico estaba mucho mejor».

Este hombre, que realizó su primer safari con 19 años, reconoce que es un «arquéologo frustrado», y que su afición le ha permitido satisfacer, al menos algo, su afán por conocer y explorar los sitios más recónditos del planeta. «Soy una persona curiosa. La mortaja no tiene bolsillos. Te vas a llevar lo que has vivido. El resto se va a quedar aquí».

Hablando de la muerte, Braceras plantea que la caza, «quizá no sea solo matar. Obviamente la muerte es parte, pero hay más cosas. Nosotros matamos cuando estamos en el campo. Y, por ejemplo, generalmente se mata a los animales viejos, para que los jóvenes sean los que fecunden y haya más crías. Pero cuando estamos en el campamento recorremos kilómetros, esperamos, rastraemos huellas… Estamos viviendo una experiencia, estamos cazando, sin matar. Es como cuando besas a alguien. Si lo viéramos solo como un intercambio de gérmenes no lo haríamos. Pero es más que todo eso», concluye.

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