La soberanía energética española se atasca en el norte africano

La soberanía energética española se atasca en el norte africano

La pregunta flota en el aire. Cambian de dirección los vientos entre dos países que acumulan encuentros y rechazos. ¿Podría el hidrógeno verde, en el que tanta fe tiene España, reducir la dependencia del gas argelino? Es de noche. Las estrellas parecen iluminadas como viejos candiles. Este país ha depositado una enorme esperanza en el elemento químico más abundante del universo. Una sola voz en la extensa tabla periódica: H2. A su lado, un adjetivo: verde. Los proyectos futuros se dispersan al igual que constelaciones. Camp de Tarragona, Andorra y Monzón (Aragón), Muskiz (Euskadi) o Torrelavega (Cantabria). El propósito es electrificar la industria con esta energía limpia. Pero los sueños viven en los cielos, los números aterrizan sobre la tierra.

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La independencia, a largo plazo

Las expectativas vuelan alto en el hidrógeno verde, pero llegar hasta allí exige la precisión de dos maestros mundiales de ajedrez. Mover con brillantez las piezas. “Avanzar en el desarrollo de plantas de producción, sistemas de almacenamiento y nuevas redes, y, además, resultan necesarias, pensando en Europa, que sean compatibles unas con otras; hace falta incorporar mejoras relevantes en la tecnología de electrolizadores y unos precios bajos de la electricidad renovable con el fin de reducir el coste del hidrógeno producido a partir de electrólisis junto a un marco regulatorio estable y claro”, avisa Eduardo González, socio responsable de Energía y Recursos Naturales de KPMG en España. Pero esto llegará al final de esta década. La economía española —a medio y corto plazo— seguirá dependiendo del gas argelino. El eterno retorno al desierto.

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