Obsolescencia programada

Obsolescencia programada

¿Hay algo más superficial que «lo actual»? Se supone que los humanos nunca hemos estado más informados que en estos tiempos, pero las noticias se suceden cada semana, tapando las unas a las otras de tal manera, que no sabemos elegir. Resulta difícil separar las informaciones que son de primer orden y van al tuétano de nuestras vidas (como la amnistía del Gobierno), de aquellas que son mera mamarrachada y no llevan a ninguna parte (los insultos cruzados entre Óscar Puente y Milei).

La polarización –que es el único proyecto estratégico ahora mismo del gobierno fuera de Cataluña– ha generado una demanda enorme de superstición. Superstición inmediata y, sobre todo, de exclusiva actualidad. Fijándonos un poco, podamos constatar que se trata de simples brindis al sol que no llevan a ninguna parte. El reconocimiento del estado palestino, por ejemplo, tiene su obsolescencia programada, porque todos sabemos que, en este momento, es simple postureo de tres o cuatro gobiernos para posar de progres y blanquear su más que dudosa relación con los habituales tráficos capitalistas.

No tengo nada en contra de la obsolescencia programada, siempre y cuando se avise y no se intente ocultar engañosamente. Al fin y al cabo, Dios, ese gran bromista, creó el universo ya con su obsolescencia incluida si hemos de creer el relato del apocalipsis.

Pero el ministro Albares no es Dios y, francamente, cuando afirma que no se va a amedrentar, alguien que le quiera bien tendría que chivarle que su físico no es el más adecuado para ese tipo de retórica. Recuerda al empollón de la clase cuando se ponía nervioso y decía: cuidado conmigo; intentando hacernos creer a todos que era cinturón negro de algo. Toda esa retórica patética no tiene ni la más mínima oportunidad ante Hamás. Vive la paradoja de aborrecer la presencia de su contrario, pero necesitarlo como juez de su diferencia.

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