PJ Harvey, tormenta emocional

PJ Harvey, tormenta emocional

Era una de las noches señaladas en rojo en el tupido calendario de Las Noches del Botánico, el exquisito festival veraniego de la capital, parada obligatoria para quienes, más que contenido para las redes sociales, buscan escuchar música. PJ Harvey se presentaba con el cielo encapotado, gris de plomo, plata brillante. Plata y plomo, hoja de mandrágora, ala de murciélago preparaban la ceremonia: todo viaje, todo camino, tiene un ritual, aunque a veces pase desapercibido. Para no romperlo, Harvey no dijo hola, ni muchas gracias ni ninguna otra memez hasta que casi se había terminado la función.

Apareció como una sacerdotisa en sedas blancas y el rezo de “Prayer at the gate” resonando en la apretada parroquia que había agotado las entradas de una de las noches más esperadas del ciclo. Harvey fue subiendo sutilmente la intensidad, de la letanía telúrica de las primeras canciones a la atmósfera inquietante y, de ahí, al ritual premonitorio de un exorcismo pagano. Por suerte, al contrario de lo que sucedió la jornada precedente, cuando el equipo del festival achicó agua a paletadas, en esta ocasión la única tormenta fue emocional y sonora.

Durante la primera mitad de su presentación, Harvey se movió por los parámetros de la balada tradicional y el folk eléctrico, invocando fantasmas y sumiendo a los congregados en su calculado hechizo, que alcanzó su cenit en “Noiseless noise” y que, tras “The Colour of The Earth”, cantada a coro por su banda, había surtido su efecto. Estábamos ya en disposición, una vez entregada nuestra voluntad, a ascender cuanto se nos pidiera.

Así llegaron “The Glorious Land” y “The Words That Maketh Murder” y “50th festival queenie”, por fin, para canalizar tantos espíritus tan cargados y con ganas de echar humo como el revolver de Clint Eastwood. Pero Harvey tenía otros planes: mantener las pulsaciones altas, el alma en vilo y los pies en un ejercicio tántrico. “The Garden” y “The Desperate Kingdom of Love” volvían a contener los ánimos antes de las reivindicativas “Man size” y “Dress”, cargadas con un ángulo feminista que ya quisiera alcanzar alguna vez Taylor Swift en las próximas décadas.

Harvey, criada en Dorset, creció en el entorno hippie de una granja y fue después de “Down By The Water” cuando agradeció a los elementos por primera y única vez. “Es un gran placer estar aquí en este magnífico jardín y estoy muy agradecida por el calor y la amabilidad que he recibido”, dijo como toda cortesía. Parecía sentida, después de actuaciones en eventos masivos como el Primavera Sound. Y presentó, por fin, a su banda, con el inconmensurable John Parish, cuando apenas restaban los bises.

Quedaban “To Bring You My Love”, seguida de un emocuonal aplauso, antes de las propinas, tan distantes entre sí en el tiempo como “Come On, Billy” y “White Chalk”. Cuando acabó, ni una sola nube quedaba en el cielo del Jardín Botánico de la Universidad Complutense. No por ya habitual resulta menor hacer referencia al evento: aseos impecbles, sonido perfecto, visibilidad garantizada, al revés que en otros eventos con mayor publicidad. Y, además, pese a los agoreros, ninguna especie animal o vegetal resultó dañada en la elaboración de esta crónica.

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