Soledad

Soledad

Esa mañana en Sevilla hacía ya calorcito. Pasaban los viandantes de camino a lo suyo cuando, de vez en cuando, eran interrumpidos por algún señor o señora que les entregaba un papelito. Ya sabe Vd lo que pasa cuando a uno le paran por la calle y le dan un folleto: «me van a pedir dinero; no tengo tiempo, ni ganas; con el lío que me he agendado por delante no me entretengan; a ver qué quieren estos pesados…» Ni se paraban. En sus caras, el aburrimiento del que conforma su día como un hábito, como una rutina seca e impersonal. Pero esos señores, esas señoras, inasequibles al desaliento, seguían con sus papelitos, insistiendo. «No se preocupe que no es para que me de dinero, es para cuando tenga Vd un ratito». Eso le dijo una anciana a un caminante que, con el pelo cano, iba con prisa y con el Diario de Sevilla debajo del brazo.

Los viandantes no echaban mucha cuenta sobre qué decía esa cuartilla. Alguno miraba. Con desgana. Y cuando leían, se paraban en seco. Los que entregaban esos papelitos son usuarios de la residencia y el comedor social de la Orden de San Juan de Dios. Como esa gente hay 3 millones de personas en España. Tres millones que viven una soledad no deseada. Cuando los viandantes leían lo que decía aquel folleto, llegaron las sonrisas. Llegó algún abrazo. Llegaron esos minutos que dices que no tienes para pararte. Y llegó también el señor del pelo cano con el Diario de Sevilla debajo del brazo. Se sentía fatal. Tan mal, que tuvo que pedir disculpas a esa anciana a la que había tratado de esquivar. «Disculpe, porque no lo he hecho bien».

Detrás de este anuncio con situaciones reales está La Orden de San Juan de Dios que se ocupa de esa gente que está sola. Pero cada uno, en nuestro círculo, también tenemos a alguien que no disfruta de las relaciones sociales que quisiera. Y, a lo mejor, quién sabe, hay que empezar a contar entre esa gente a nuestros abuelos. «Qué bonita es la soledad cuando tienes a quién contársela», eso decía el papelito. Es domingo. Quizá sea un buen día para tocar el timbre, sentarse y no tener demasiada prisa.

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