Ojalá que este rincón semanal me sirviera hoy de catarsis, como casi siempre. Podría dedicarle unas líneas a las inminentes elecciones estadounidenses, opinar del escándalo político del momento o de la corrupción crónica que nos rodea. Temas siempre hay pero no puedo hoy, lo siento. Y no debo. Me es imposible dejar a un lado el corazón cuando tecleo. Cómo pensar en otra cosa, este primero de noviembre, que no sean las víctimas de esta maldita gota fría. Hay rostros, escenas e historias tan sobrecogedoras que te las llevas a casa sin querer.
Un número así, sin más, puede llegar a sobrecogernos. Leemos que hay ya 160 muertos por la dana, 200, 250…y no da igual, porque se trata de nuestros compatriotas. Podemos observar, atónitos, las imágenes del avance imparable de una riada, llevándose por delante todo lo que encuentra a su paso. Incluso la perspectiva aérea, atroz, de una localidad. Se nos eriza la piel, porque ha ocurrido aquí al lado, porque conocemos bien ese municipio.
Cada día, a los periodistas nos toca informar de guerras sangrientas e injustas, sí, y nos llegan testimonios durísimos de gente indefensa, que lo ha perdido todo. Duele, cómo no. Pero duele muchísimo más la proximidad inevitable que supone hablar con una mujer indefensa, a solo unos cientos de kilómetros de ti, que ha perdido a todos sus vecinos por una riada y podría ser tu abuela. O con otra, que podría ser perfectamente tu hermana, y que te pide salir en la tele porque busca como loca a su marido y te recuerda que la esperanza es lo último que se pierde. O escuchar a esa población de Paiporta tan desesperada, tan impotente. Tres días después de la tragedia que les ha dejado en la calle, gritan –a quienes les quieran escuchar– que se sienten abandonados, desasistidos, perdidos. Efectivamente, en estas primeras horas caóticas, algo está fallando cuando las poblaciones más vulnerables denuncian que faltan bomberos, emergencias y soldados que les asistan. Ya habrá tiempo de ajustar cuentas con esas autoridades que no han estado a la altura antes o durante esta tragedia. Pero ahora lo prioritario es ayudar, actuar, acudir urgentemente a llamadas como la del alcalde de Alfafar, que se queja de que allí conviven todavía con cadáveres.
Hoy veremos al Ejército, por fin, desplegarse por las áreas más afectadas de Valencia, a petición de Carlos Mazón. Y quién sabe si se dedicarán también a buscar cuerpos en el mar.
Desde luego, no hay palabras y no hay consuelo posible para esos miles de paisanos que lo han perdido todo. Solo acompañarles en el silencio. Sus muertos son los nuestros.