María José se detiene frente al imponente puente de piedra de Torrent (Valencia), que ha pagado caro el envite del agua. La corriente lo ha dejado cubierto de todo tipo de material de aluvión (cañas, arbustos, troncos) y con una herida incisa sobre uno de sus arcos que imposibilita cruzarlo sin una pequeña acrobacia. “Mi madre está ahí, al otro lado, incomunicada, no hemos podido ir a verla”, lamenta la mujer mientras mira el paisaje devastador, el mar de color marrón del barranco del Poyo. María José observa los camiones cubiertos hasta arriba de barro en una carretera de acceso que ya no lo parece, las viviendas precarias destruidas, la punzada del fango infinito, y piensa que nada será rápido ni fácil: “Aquí hay trabajo para semanas, para meses… Retirar todo, no sé yo”, suspira.
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