El brote de virus de Nilo Occidental (VNO) de esta temporada, con más de 60 casos positivos y seis víctimas mortales, está siendo uno de los más graves desde que se detectó la circulación de mosquitos transmisores en nuestro país, allá por 2003. Durante muchos años, tan solo provocaron casos esporádicos, hasta que en 2020 se produjo un gran brote –el más grande de una enfermedad transmitida por mosquitos desde que en 1964 se erradicó la malaria en España-, que dejó ocho muertos y casi 80 infectados.
Desde el Centro Europeo de Prevención y Control de Enfermedades (ECDC) ya han alertado de que esto es tan solo la punta del iceberg porque, debido al aumento de viajes internacionales y del cambio climático, las enfermedades transmitidas por mosquitos y propias de regiones tropicales, como el virus del Nilo, el Zika, el dengue y el chikungunya, entre otros, irán en aumento en Europa.
En España, la que más preocupa es el virus del Nilo, que afecta sobre todo a los municipios del Bajo Guadalquivir, por su clima y la cercanía a las marismas. Pero los vecinos alertan de que las instituciones van tarde en la lucha contra estos insectos y que es necesario un plan de prevención que englobe a todas las autoridades competentes para erradicar este problema de salud pública que está poniendo en juego muchas vidas.
Las tareas de prevención contra los mosquitos son de competencia municipal y consisten, básicamente en la fumigación. Una guerra química que “está perdida”, advierte el biólogo de Ecologistas en Acción Juan Cuesta. “Se está actuando con medidas desesperadas, con fumigaciones generalizadas contra los mosquitos adultos, que no son efectivas porque los mosquitos son altamente resistentes a los pesticidas comunes”, explica este biólogo, por no hablar de sus “efectos adversos en el resto de fauna y para la salud humana”.
Este año la temporada del virus del Nilo se adelantó más de lo previsto -se detectaron mosquitos transmisores a principios de junio, cuando lo normal es que aparezcan en agosto- debido a un invierno suave y a unas mayores precipitaciones en abril. A principios de verano ya se preveía una gran circulación de VNO, por lo que “se debería haber hecho un tratamiento preventivo en los arrozales con larvicida para disminuir la población de mosquito adulto”. En este sentido, Cuesta explica que estos larvicidas son BTI, “productos autorizados para la agricultura ecológica, de bajo impacto, que reducen con efectividad las poblaciones de larvas”.
“Esto no se hizo en su momento y ahora tenemos una gran población de mosquitos adultos”, afea el biólogo, que insiste, en la ineficacia de fumigarlos debido a su alta capacidad de resistencia: “En un verano puede haber mosquitos de hasta 10 generaciones”. Por ello, advierte, la medida más eficaz contra las superpoblaciones es la llamada guerra biológica.
Julián Lebrato, profesor de la Universidad de Sevilla en el departamento de ingeniería ambiental, explica que la guerra contra los mosquitos “es una carrera de fondo, un maratón largo” y que “no se puede trabajar en emergencia permanente fumigando y usando pesticidas que no solo matan mosquitos, sino también a otras especies de avifauna que se comen a estos insectos”.
El mosquito crece en zonas húmedas de plantas muy estiradas en vertical, como los arrozales. Aunque la batalla, insiste Lebrato, “debe darse calle a calle, charca a charca”. ¿Cómo? Sabiendo lo que favorece su proliferación, y lo que no, como las plantas aromáticas y ciertas especies que se alimentan de ellos: los peces cuando son larvas, y aves como las golondrinas, los murciélagos, las libélulas y los vencejos cuando ya son adultos.
En el caso de los arrozales de la cuenca inferior del Guadalquivir, “un sistema muy productivo, pero que está desequilibrado”, expone el profesor de la US. “Sin buscar culpables, allí crecen muchos mosquitos, pero faltan eslabones de la cadena alimentaria para compensar esa superpoblación”. Por ello, Lebrato propone “hablar con los arroceros” para fomentar las pisciarrocerías, que en Oriente están funcionando bien. Esto es: introducir peces en la zona inundable de la siembra del arroz para que se coman las larvas, ya que se ha visto que no interfiriere en la producción, y construir una fosa adjunta para trasvasar esa agua cuando sea el momento de la recolección. No obstante, prosigue el profesor, para compensar a los arroceros que pierdan hectáreas de siembra al construir estos espacios ecológicos, habría que plantear ayudas.
En el medio terrestre, Lebrato apuesta por fomentar la presencia de aves que se alimentan de mosquitos adultos, con proyectos como el de la torre de la biodiversidad con cajas nido que ya se ha instalado en Coria del Río. Y vigilar en los pueblos las charcas para que, o bien se desequen, o estén bien aireadas con plantas de ribera e introducir peces cuando sea posible.
El problema es que, en muchos municipios pequeños y medianos, apunta Lebrato, “no hay técnicos que sepan cómo actuar ante este problema”. La situación a la que se ha llegado este verano continúa este experto, “está demostrando que la Junta de Andalucía necesita de un comité de apoyo, con capacidad para ayudar técnicamente a los servicios municipales” en esta guerra biológica contra los mosquitos. Y, también “que haya voluntad política para convertir en obligatorias ciertas actuaciones en estanques, charcas, parques y jardines donde está comprometido el riesgo”.