9 d’ Octubre: Curiosidades de reconquista de Valencia por Jaime I

9 d’ Octubre: Curiosidades de reconquista de Valencia por Jaime I

A la tercera fue la vencida, 15 años le costó a Jaime I hacerse con el territorio dominado por los árabes y lograrlo para la causa cristiana. De ellos, especialmente cinco los últimos, y metido directamente en harina cinco meses.

En 1094 , El Cid conquistó Valencia tras año y medio de asedio, estando en manos de los almorávides. En 1172, Alfonso II de Aragón intentó conquistar Valencia, cuando la tenían los almohades, logrando solo quedarse con La Roqueta. Y en 1210, lo volvió a intentar Pedro II El Católico, sin comerse un rosco.

Lo de Jaime I fue un paseo militar, no se calentó mucho los cascos. Se lo tomó con paciencia, no se alteró nunca, excepto el día que en el cerco de Valencia un moro le clavara una flecha en la frente, causándole herida que tardó cinco días en curar.

No tenía mucha tropa, iba reclutándolos por los pueblos entre los jóvenes más aventureros, generalmente de secano, del interior, muchos aragoneses. Y como era una campaña a la que le obligó la Iglesia en plan Cruzada, aprobada por el Papa Gregorio IX, se le unieron varios obispos con sus tropas. El más aguerrido el arzobispo de Narbona, que se atrevía a discutirle a Jaime I estrategias de guerra.

Concentró un primer grupo en El Puig, los dejó allí con un tío suyo, y se fue de permiso para casarse con Violante. Se entretenían estos con lo de Valencia haciendo escaramuzas, en una de las cuales, junto al Carraixet les dieron una buena zurra a los moros.

Más organizados y nutridos, les mandó marchar sobre Valencia. Caminaron por la marina, cerca del mar, junto al marjal, llegaron al Grao, saltaron el Turia, y acamparon en las hermosas huertas de Pinedo, Nazaret, y se extendieron en alfombra hasta Ruzafa, donde el monarca puso su tienda, el Real, en el hoy solar del convento franciscano de los Ángeles. Unos humildes azulejos de la Agrupación de Fallas de Ruzafa recuerdan la gesta. Nadie más se ha acordado.

Allí por las noches, Jaime I se reunía con los embajadores de Zayyán, rey moro de Valencia, y chalaneaba, negociaba, intentaba el pacto o acuerdo de rendición, sin decir nada a nadie. Durante el día jugaba a la guerra, mareaba, asustaba, impresionaba, daba algún toque. La puerta de la Boatella –san Vicente con san Fernando- era la más apetecida y acosada, era la Puerta de Dios para los musulmanes, la más comercial, la más transitada.

La Armada de Túnez

En esto que llegan al Grao de Valencia las 13 galeras del rey de Túnez. El Cadí de Valencia era vasallo suyo y fue en su ayuda. Fondearon, pero no aportaron. No lo vieron claro. Si hubieran desembarcado, lo más probable es Jaime I no hubiera tomado Valencia. Tuvo suerte. Intentaron hacerlo en Peñíscola y llegar por tierra en Valencia, pero allí tampoco lo hicieron y se volvieron a Túnez.

El 28 de septiembre de 1238, en la Torre de Ruzafa el rey Zayyán firma la capitulación y entrega de la mayor parte de sus dominios a don Jaime. La Reina, por si acaso, supervisó el acuerdo. Duraron mucho las negociaciones porque el rey moro ponía serias condiciones, una de ellas que sus súbditos pudieran salir de la ciudad sin problemas y llevarse todo lo que pudieran. Jaime I prometió y cumplió con el enojo de sus tropas que se quedaron sin saquear casas y habitantes.

El 29 de septiembre, el monarca aragonés mandó al rey Zayyán que enarbolase en señal de rendición que enarbolase “su real estandarte” en la torre de Ali Bufat (el Temple), que era la más alta de la ciudad. Cumplió Zaén, se formó a la tropa en la explanada de la Almunia – jardín erigido por el emir andalusí Abd al-Aziz en el siglo XI – del rey moro (Viveros) y don Jaime al ver tremolar su bandera, descabalgó de su caballo blanco, y volviéndose hacia el Oriente, besando la tierra, y regándola con lágrimas de sus ojos, dio gracias a Dios por la merced que le hacía.

El mismo rey lo cuenta así: “Enviam a dir l Rei e Al Araziz Abnalmalet, per tal que sabessen los Chrestians que nostra era Valencia, e que ningún mal los faessen, que metessen nostra Senyera en aquella Torra, que ara es del Temple. E ells dixeren quels pleya e nos fom en la Rambla entre Reyal e la torra, e descavalcam, e dreçamnos vers Orient, e ploram en nostres ulls, besant la terra per la gran mercé, que De unos havia feyta”.

En este preciso momento, aparece una nueva insignia real en la punta de su estandarte, de plata bien labrada. Era un murciélago. El rey se identificaba con este animal, “rat penat”, ratón volador, que vuela de noche, manos de garfios, de aspecto horrible. El rey se movía de noche en las negociaciones sin que nadie se enterase, constante y sagaz.

Tres días ondeó el estandarte sobre la torre y abandonaron la ciudad 50.000 personas. Cinco días fue el plazo para que dejasen la ciudad sus ocupantes. Este tiempo lo aprovechó el rey vencedor para irse a Ruzafa a descansar y prepararse para la entrada triunfal en la ciudad desierta de moros y repleta de cristianos.

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