Crítica de “Green Border”: la ley de la frontera ★★ 1/2

Crítica de “Green Border”: la ley de la frontera ★★ 1/2

No es por echar mano de la famosa abyección de Rivette, pero cuando demonizó el travelling de “Kapo” estaba abriendo un debate que ahora, con conflictos como el de Gaza o el de la discutible política migratoria cocinada en los despachos de la Comunidad Europea, sigue teniendo la misma vigencia. Es decir, cuando Agnieszka Holland decide filmar el maltrato explícito a una mujer embarazada o la muerte de un niño en un pantano, ¿lo hace para visibilizar un problema ciego, sordo y mudo, o para explotar el morbo de sus imágenes, para sucumbir a los pecados del cine-necesario, que van a eximirle de hacer una buena película, que no es otra que la que piensa la barbarie en un punto de encuentro entre ética y estética?

Holland quiere denunciar la política xenófoba, fascista, del gobierno polaco frente a la inmigración extracomunitaria en Bielorrusia desde la realidad aumentada de todas las perspectivas implicadas -los activistas, los refugiados, los guardias- e invierte dos desbordantes horas y media en ello, pero resulta preocupante lo maniqueo que es su mensaje, rematado por un epílogo, filmado al inicio de la guerra de Ucrania, que pretende resignificar lo que hemos visto de un modo harto simplista.

Lo mejor:

Su pertinencia política, en un contexto en el que la extrema derecha amenaza con devorar Europa.

Lo peor:

Su ambicioso maniqueísmo, aderezado de una cierta tendencia a hurgar en la llaga del morbo.

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