Ni La zona de interés, ni el cuarto capítulo de Mi reno de peluche, ni Joe Biden desubicado durante el debate con Trump: los minutos más angustiosos que he pasado frente a una pantalla en lo que va de año me los ha dado Céline Dion. No es porque no tenga conciencia de los horrores del Holocausto y deba hacer un curso como John Galliano, ni de los abusos sexuales, ni del peligro que se cierne de nuevo sobre la primera potencia mundial; es porque las imágenes que traslucen el dolor físico despiertan algo primario, instintivo, visceral.