La autodestrucción de la derecha británica

La autodestrucción de la derecha británica

El partido laborista del Reino Unido ha obtenido su mejor resultado en unas elecciones parlamentarias desde 1832, superando a los conservadores por unos 290 escaños. El nuevo primer ministro, Keir Starmer, dispondrá en Westminster de una «supermayoría», con 412 escaños de una Cámara de 650, que le permitirá afrontar la gestión de gobierno sin demasiadas dificultades.

Sin embargo, y sin que pretendamos desmerecer lo más mínimo la victoria de la izquierda británica, tan aplastante mayoría parlamentaria sólo está respaldada por el 33,8 por ciento del voto popular, lo que no deja de ser una de las contradicciones del peculiar sistema electoral de Reino Unido. Los «tories», con un 23,7 por ciento de los votos, se han visto gravemente perjudicados por la irrupción del partido Reform UK de Nigel Farage, que con el 14,3 por ciento de los sufragios sólo habría obtenido 4 asientos en la Cámara de los Comunes, pero cuyo efecto sobre los candidatos conservadores ha sido devastador. Los liberales de Ed Davey han conseguido 71 escaños, con el 12,2 por ciento de los votos, su mejor resultado desde 1923, pero ya no serán decisivos. El otro gran perdedor ha sido el nacionalismo escocés, que ha pasado de 49 escaños en 2019 a los 9 actuales, cerrando, al menos por el momento, el frente independentista al nuevo inquilino del 10 de Downing Street.

Ante el terremoto político que ha sacudido a la derecha británica, la mayoría de los analistas sitúan al Brexit como el factor determinante del abrupto final de tres lustros de gobiernos tories, pero, con ser cierto, la causa última hay que buscarla en la pérdida de la identidad y de los valores de los conservadores británicos que, ante los desafíos tremendos de la crisis financiera internacional, primero, y de la pandemia del coronavirus, después, se dejaron atraer por lo cantos de sirena de un populismo teñido de viejo nacionalismo inglés, que culminó con la salida de la Unión Europea y con la intentona demagógica de Liz Truss de unos Presupuestos con mayor gasto social y notable reducción de impuestos, que hizo saltar las alarmas en todos los sectores productivos del país.

Ciertamente, Nigel Farage, un político trapisondista con cierta simpatía entre unas clases medias industriales venidas a menos y que culpaban de sus problemas a la Unión Europea, el mismo demagogo que con su verbo encendido llevó a Camerón al referéndum del Brexit, ha puesto su grano de arena para llevar a la derecha tradicional británica a la catástrofe, pero la mayor responsabilidad corresponde a unos líderes que se vieron superados por las circunstancias y olvidaron que por encima del aplauso del pueblo está el deber de hacer lo que hay que hacer. Y ha bastado con que los laboristas se deshicieran de las pulsiones populistas de Jeremy Corbyn para darle la vuelta al marcador.

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