«No hay fármaco más efectivo que la palabra frente al sufrimiento»

«No hay fármaco más efectivo que la palabra frente al sufrimiento»

Se ha publicado un libro de Zoilo Fernández, un prestigioso psiquiatra que con un enfoque humanista afronta su trabajo en el andamio que separa la cordura de la locura. «Indómita Mente», publicado en la editorial Universo de Letras, se vale de la literatura para ofrecer una serie de preguntas y respuestas, reflexiones y análisis sobre los sentimientos, las pasiones y los conflictos existenciales. Zoilo Fernández emprendió la reforma psiquiátrica en Andalucía y Aragón, dando carpetazo a los manicomios y sentando las bases de la salud mental que hoy conocemos, donde la convivencia de estos pacientes con el resto de la sociedad se ha normalizado, frente al aislamiento y el internamiento de años atrás. Muchos de los debates que hoy escuchamos hoy día sobre la importancia de atender nuestra salud mental hay que agradecérselos a personas como él, que los lideraron hace años cuando la mayoría miraba para otro lado. Práctica el psicoanálisis, y a pesar de ser una eminencia nunca sentaría en el diván a un político.

Canta la soleá «dice cosas este loco que no suenan a cordura pero a locura tampoco».

Trabajo en esa frontera que separa la cordura de la locura, un andamio cogido con hilos pendientes del aire. El paciente te cuenta su realidad y tienes que comprenderla para atajar la patología, adentrarte en su territorio para poder ayudarle. No todo es locura, hay un mundo por abajo que te está hablando de muchas cosas. Quedarte sólo en una pauta de comportamiento es intrascendente.

Usted se lamenta en «Indómita Mente» que «prestamos tanta atención a la locura que olvidamos escuchar la cordura que subyace en el discurso del paciente»…

Es la base fundamental del tratamiento para poderte vincular con el paciente y alcanzar una alianza terapeútica. Si todo lo fiamos en los fármacos, fracasaremos seguro. La medicina no lo limpia todo, hay un mundo y una vida con sus condicionantes que hay que abordar. No cura una cosa sin la otra, no sirve para rescatar la parte sana de la persona que tienes delante.

¿No hay fórmula mágica?

Siento decepcionarte pero no se ha conseguido ningún medicamento que llegue de manera fina y efectiva a la neurona, actúe y resuelva el problema. El cerebro no es un motor de un coche, aunque a veces gripe. El fármaco reduce el problema de ese momento, por ejemplo estabilizar un brote, pero no es suficiente si no se aborda todo lo que arrastra el paciente.

¿Desconfía de la realidad?

Incluso de la que vivo yo. El que tengo enfrente también está muy convencido de la suya. Lo que entendemos por realidad no existe, es irresoluble. Hay que poner en cuestión hasta lo que pensamos.

Ahora mismo, intento enderezar los «renglones» de esta entrevista pero me están saliendo «torcidos». Sobre esa base insegura de la no realidad, ¿usted cómo ayuda al paciente?

No intento convencerlo de nada sino que le doy la opción de que se pueden ver las cosas de otra manera, con otro cristal. Trabajo para establecer un vínculo, una relación de confianza donde le presento caminos, sendas alternativas, para que el paciente deje de sufrir.

Es un caminante que hace camino al desandar. Y tú como acompañante.

En mi trabajo lo esencial es lo invisible. Ese loco que para la sociedad responde a los estigmas y estereotipos socialmente aceptados… Es una persona que tiene una herencia y una genética que es indómita, está tan dentro de ti que no puedes controlar. Y es incurable pero sí corregible. Con el fármaco, aunque no lo consigue todo, pero también con la palabra cuando se convierte en autoridad y marco de relación contractual honesta. No hay fármaco más efectivo que la palabra frente al trastorno, la alteración o el sufrimiento.

Emprendió la reforma de la salud mental para que frente al internamiento se explorara el vivir y convivir con la sociedad.

Era necesario reconocer y garantizar un trato digno y humano. El mal trato y el aislamiento, la negación de todo respeto, suponía una enfermedad añadida: el deterioro manicominal de las personas. Se luchó contra eso, en un momento especial por la revolución de nuevos fármacos y por la llegada de la democracia, pero sobre todo porque nos cuestionamos lo que se estaba haciendo. Otra vez a vueltas con la realidad.

¿Recuerda algún ejemplo que nos ponga en contexto?

Pues mira una vez hubo una pelea entre internos. Uno mordió a otro, y la solución que proponían era quitarle los dos dientes que le quedaban para que ya no mordiese.

Atroz. ¿La salud mental es la hermana pobre de la sanidad?

Intencionadamente. Era un método de control social. El enfermo mental rompía la dinámica de la sociedad y el manicomio era la solución tanto para quitarlos de la calle como para noquearlos con un tratamiento abusivo. Estaban más preocupados del conflicto social que del sufrimiento de la persona. Afortunadamente, hoy se ha avanzado con los avances farmacológicos y el protagonista papel de los psicólogos.

Ya por curiosidad, ¿a qué políticos sentaría en el diván?

A ninguno, acabarían sentándome a mí.

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