El sanchismo se tiene que regenerar

El sanchismo se tiene que regenerar

Sánchez quiere presentar un programa de regeneración que nadie le ha pedido y para el que no tiene apoyos parlamentarios. En cambio, debería presentar a su partido un proyecto para acabar con la deriva populista que le sitúa en el mismo marco ideológico que el peronismo, el sandinismo u otros radicalismos de la izquierda iberoamericana. El PSOE se ha convertido en un proyecto personalista al servicio de un desaforado caudillismo que ha acabado con cualquier atisbo de democracia interna o debate ideológico. La ilegal e ilícita ley de amnistía es la culminación de esta deriva autoritaria, ya que este giro de 180 grados ha sido aceptado sin cuestionar su incoherencia, su chapuza legislativa y demoledor ataque a la separación de poderes. Nada que haga Sánchez merece otra reacción que el aplauso fervoroso de unos dirigentes que solo están movidos por el apego a los cargos. La guardia pretoriana que gobierna el partido es inmune a la autocrítica. Es algo característico del autoritarismo democrático, donde los partidos dan paso a la partitocracia y se convierten en un fin en sí mismo en lugar de un vehículo de participación democrática.

Lo que está sucediendo en Europa nos debería conducir a una reflexión profunda sobre la inquietante realidad de la crisis que se vive en muchos países. El fracaso de la política se confirma con la irrupción de nuevas formaciones radicales y la desaparición o debilitamiento de los partidos tradicionales. Es un tiempo en el que emergen, en algunos casos, líderes grises incapaces de ofrecer proyectos ilusionantes como sucede con Ursula von der Leyen, Olaf Scholz o Keir Starmer. La derrota de los conservadores británicos explica la victoria laborista. Nunca podré entender que eligieran al millonario Rishi Sunak como primer ministro, ya que era incapaz de conectar con sus propios votantes. Es esa frivolidad infinita de los elitistas dirigentes conservadores que eligieron personas como David Cameron, Theresa May, Boris Johnson y Elizabeth Truss. Era fácil imaginar el enorme carisma de Sunak conversando con un granjero inglés acompañado del párroco y el lord del lugar mientras condecoraban a la mejor vaca de la comarca. No hay duda de que conecta muy bien con la realidad inglesa, escocesa, galesa o irlandesa. Es difícil imaginar quién puede votar a esa colección de líderes disparatados que han presentado durante estos años. Es asombroso que hayan ganado las anteriores elecciones, aunque los laboristas también presentaban a candidatos pintorescos.

Sánchez ha sido siempre un político hábil capaz de sobreponerse a los problemas y radicalizar a la sociedad para mantenerse en La Moncloa. Por supuesto, con la inestimable ayuda del centro derecha y de la izquierda mediática. El disparatado plan de regeneración democrática es una inteligente salida al grave problema que tiene con sus cesiones a los independentistas y los dirigentes del antiguo aparato político y militar de ETA, los problemas judiciales que afectan a su familia y la deriva populista de su gobierno. La solución es buscar un nuevo enemigo que en este caso es la ultraderecha o fachoesfera que no acepta la mayoría progresista que se ha inventado, ya que el Congreso cuenta con más diputados de centro derecha que de centro izquierda. Es una realidad objetiva. A los problemas que le afectan responde con la manipulación de los cinco días de mayo, en los que nunca se planteó renunciar al cargo, y los ataques contra los jueces, los periodistas y los empresarios. Todos quieren impedir el progreso de España que representa el sanchismo. No hay nada mejor que mensajes simples, directos y potentes. Es algo que es fácil encontrar en cualquier manual de publicidad o propaganda.

Los populismos radicales de izquierdas, al igual que los de derechas, desde el siglo XX hasta nuestros días, identifican siempre un enemigo que les sirve de hilo conductor para verter su mensaje de odio. Es verdad que llega un momento en que se constata que las mentiras tienen las patitas muy cortas o que se produce el efecto contrario movilizando los votos en la dirección de los frentes populares. La experiencia sobre esto último es muy aciaga, porque Europa se desangró y se cometieron las mayores atrocidades en manos de políticos que odiaban a sus rivales. Es cierto que esos tiempos nos quedan muy lejanos, aunque la Historia nos ilumina sobre esa terrible realidad. La radicalización y el frentismo que promueven políticos como Sánchez conduce a la permanente confrontación.

Estamos en un tiempo en que se promueve la política de trincheras en lugar de buscar puntos de encuentro y vías de diálogo. La pasada legislatura fue desastrosa, pero la deriva de la actual es todavía más inquietante. La decisión de convertir el Tribunal Constitucional en un instrumento partidista en unos niveles que eran inimaginables ahonda en este proceso de mutación de la Constitución en manos de unas magistradas y magistrados politizados que son, además, unos juristas mediocres. La osadía de Conde-Pumpido en este nuevo papel que ha asumido como si fuera un nuevo poder del Estado no tiene límites. Es un efecto inesperado que no estaba previsto doctrinalmente, porque desborda las lógicas y legítimas discrepancias que se pueden producir en el debate sobre cualquier sentencia. La regeneración que promueve Sánchez persigue, precisamente, acabar con el principio de igualdad de los españoles ante la ley como estamos viendo con las medidas adoptadas para favorecer a los independentistas o la pretensión de otorgar una inmunidad procesal de facto a sus familiares. He defendido y defenderé siempre la presunción de inocencia, pero esto pasa por respetar esa igualdad que nos afecta a todos. Nadie puede estar al margen del imperio de la ley o intentar acabar con la separación de poderes en base a un concepto de soberanía que solo puede ser defendido por juristas ignorantes que, por lo tanto, no son juristas.

Francisco Marhuenda es catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE).

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