Tenemos que hablar de México (pero no reflexionar)

Tenemos que hablar de México (pero no reflexionar)

Claudia Sheinbaum tiene el mérito de ser la primera mujer en presidir México, una hazaña pareja a sus malas intenciones, dígase el uso político de la hispanidad como escudo ante todo lo que está por venir, asesinatos que ella no puede evitar, el hambre ajena que jamás evitará, los feminicidios que avergüenzan una tierra masacrada por el narcotráfico. México es un país grande, no solo en extensión, ha parido una cultura brillante, pero a la vez es un Estado fallido, una democracia coja con una lideresa zamba que ante los desafíos nos tira piedras a ver si sus súbditos se distraen con el devenir de fuegos de artificio.

El discurso indigenista es el mayor engaño de toda Hispanoamérica desde la independencia de aquellos territorios que un día fueron provincias españolas, no colonias o directamente propiedades privadas. Lo fue el Congo de Leopoldo II, el rey de los belgas que inspiró a Joseph Conrad el asco literario de «El corazón de las tinieblas». El Grupo de Puebla exprime el sentimiento nacionalista de los pobres. Les dicen que toda la culpa de lo que les pasa es de los españoles que un día llegaron allí y masacraron a sus familias. La consigna es transmitir que antes de Hernán Cortés en aquella tierra caía el maná de los dioses y sus habitantes vivían en paz. Como cualquiera que abra una libro de Historia sabe, que eso no es verdad, se trata de una teoría política marxista y populista que parte de un gran engaño y, sobre esa mentira, la élite de hoy se enriquece a costa de los pobres a los que dice que quiere salvar del lodazal de la Historia.

López Obrador, el mortífero antecedente de Sheinbaum, es de origen español. Su abuelo, y él en su nombre, es el que debería pedir perdón si es que ha de hacerse tal cosa. En México mandan las familias descendientes de criollos, la clase alta que propició la separación de la Corona. Son ellos los que desde el siglo XIX han permitido que los ricos sean cada vez más ricos, de hecho, un rico mexicano es tremendamente rico, y que los pobres no hayan salido en dos siglos del hoyo. Y resulta que la culpa la tienen los españoles de hoy, representados en Felipe VI, y no los magnates de cuentas estratosféricas, ni el Chapo Guzmán y los que vinieron después.

Sheinbaun no es una ignorante, sería fácil achacar a la incultura el desplante de no invitar a nuestro Rey a su toma de posesión, sino una mala persona que aspira a gobernar en la desfachatez del fraude. España no tiene que reflexionar nada (es lo que pide nuestra izquierda biempensante) porque ya viene llorada de siglos.

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