Parejitas

Parejitas

Abundan ejemplos de eso que la izquierda de los años 70 del pasado siglo denominaba «pareja de poder». Los progres de entonces –muchos todavía lo pueden corroborar de primera mano– adoraban la idea porque combinaba la ideología con ejercicios prácticos de materialismo dialéctico en el lecho conyugal, Kama Sutra hegeliano mediante. No hay que olvidar que antaño la llamada Revolución Sexual estaba en marcha (hogaño sigue, a toda marcha, de marcha). O sea, esa ideica, sustituto materialista del amor romántico, que idealizaba a dos que dormían en el mismo colchón, y se volvían de la misma opinión, mientras manejaban los hilos de parcelas de poder que iban desde los departamentos de una Universidad a las direcciones generales de la política… Era el 2X1 del sueño aspiracional del mangoneo político. Parejas de poder del ayer, igual que las de hoy, conocidas y «temidas» en la vida pública precisamente por el gran alcance de sus decisiones.

Desde la Fiscalía «Dequiéndepende» hasta las más altas órbitas ejecutivas de la patronal del Olimpo, las parejas de poder siguen siendo en España abundantes, bien comidas, y continúan dando pavor. Sus alianzas personales duran al menos tanto como su capacidad de tejemaneje oficial. Muchas de estas parejas solo se separan cuando dejan el cargo público y pasan a jubilarse o a convertirse en carga pública. Suelen ser «ellos», tíos políticamente pujantes bien relacionados, quienes primero adquieren el poder, y luego «promocionan» a su «compañera», para que no se aburra en casa y le de por barrer, o peor: por leer… Convertir a la señora, amante, amiga o procurada, en poderosa, asimismo es algo que se ha practicado desde las cavernas trogloditas, pasando por las platónicas, y llegando a las modernas de hoy, excavadas entre canonjías y mariscos, papel BOE y sustancias psicotrópicas. No están inventando nada. Compartir ratos sicalípticos con una mujer que, gracias a su marido, manda más que el Chi-Fu de Mulan, y que cuando grita un poco te estriñes viva…, a algunos les pone cantidad. Pero antiguamente a eso no se le llamaba «feminismo».

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