María Couso: «El abuso de pantallas en niños crea futuros analfabetos emocionales»

María Couso: «El abuso de pantallas  en niños crea futuros analfabetos emocionales»

Entusiasmo y ciencia son dos de las palabras que mejor definen a María Couso, considerada por méritos propios como una de las mejores divulgadoras de nuestro país en materia de aprendizaje y neuroeducación. Sin pelos en la lengua y con una sólida bibliografía científica detrás de cada una de sus afirmaciones, acaba de publicar el libro «Cerebro y pantallas», una obra de obligada lectura para familias y educadores, pues demuestra cómo las pantallas impactan en el desarrollo cognitivo de niños y adolescentes mucho más de lo que ahora queremos ver. Y la prueba es que, sentadas en la cafetería de un hotel, mientras charlamos para esta entrevista, detrás de nosotras vemos como tres niños de entre cinco y diez años pasan el rato pegados a tres teléfonos móviles durante más de media hora…

¿Cómo influye ese abuso de las pantallas en el cerebro de los menores?

Le impacta en todas sus áreas de desarrollo, pues está cambiando el cerebro tanto a nivel funcional como morfológico por esa exposición reiterada a edades cada vez más tempranas. Ya hay estudios que confirman cómo cambia la mielinización y que eso merma el desarrollo del lenguaje, la pérdida de atención, etc.

¿Qué es lo peor que estamos haciendo?

Que no estamos sabiendo ver esos efectos, porque todavía parecen invisibles a ojos de la sociedad. Esa invisibilidad los enquista, pues hemos normalizado que las familias den a los niños un móvil para que aguanten la espera en un restaurante o en el médico. Esa normalización conlleva un grave peligro, porque con ello le estamos robando a la infancia la posibilidad de su desarrollo en un contexto con estímulos sanos.

En su libro habla de futuros analfabetos emocionales, ¿por qué?

La infancia es una etapa en la que hay que experimentar todas las emociones, pero vemos como las familias calman las rabietas de los niños con la tecnología, a modo de chupete emocional. Así se les impide reconocer y gestionar esa emoción, sin darle la oportunidad de aprender a transitar por ella. Eso es muy dañino a largo plazo.

Y es el caldo de cultivo para la adicción, ¿verdad?

Sí, porque ese dispositivo no requiere ninguna necesidad de atención, más bien la secuestra, y eso se hace con una sobreestimulación desmedida que genera dopamina, responsable del sistema de recompensa que, en los menores está en periodo de construcción, por lo que es más vulnerable.

Pero no hay por qué demonizar las pantallas, que son una herramienta…

¡Claro! La diferencia es que las herramientas tienen un espacio y un uso temporal, pero las pantallas se han adueñado de todo. La clave está en regular la actividad que llevamos a cabo con ellas y los tiempos de empleo.

Se han adueñado incluso de la escuela… ¿Hay tiempo de dar marcha atrás?

Han predominado los intereses económicos de las grandes tecnológicas por encima de la pedagogía y esto es preocupante. No solo no se consigue el objetivo, sino que puede implicar una sobreexposición dañina. Por suerte muchos centros educativos están viendo que esto no nos lleva a ningún sitio. Es una pena que el sistema otorgue recursos económicos donde no se necesitan, pues en vez de invertir en tablets habría que hacerlo en más profesionales que atiendan la neurodiversidad de las aulas.

¿Hay una edad idónea para darle un móvil a un menor?

No, es un error generalizar. Sabemos que un cerebro menor de 16 años todavía tiene un sistema de recompensas muy sensible y que en la adolescencia el control de impulsos aún está en desarrollo, pues es más lento, en comparación con otras habilidades. Hay que individualizar cada caso, pero desde luego que cuando más tarde, mejor, porque debemos ser conscientes de que darle un móvil a un chaval es una fuente de problemas.

¿Un consejo para cuidar el cerebro?

Hacer ejercicio ayuda a equilibrar las sustancias químicas del cerebro y a mejorar la reserva cognitiva, además de una buena alimentación y una socialización sana, de tú a tú, mirándonos a los ojos y tocándonos. Y, por supuesto, cambiar las pantallitas por los juegos de mesa, ¡que son maravillosos!

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