Antioccidentales, antiisraelíes y antisemitas

Antioccidentales, antiisraelíes y antisemitas

El ímpetu antiisraelí adornado de «periodismo» se parece en mucho a la Inquisición. Ambos decían hacer lo que no hacían: esta, no inquiría; aquel, tampoco investiga, no corrobora y, como aquella, tampoco busca ninguna verdad. A trazas de esta última, como mucho, recurren para vestir de verosimilitud el engaño.

A ambos los mueve o bien el beneficio, o el fanatismo, o una mezcla de los dos. Ambos encuentran las mismas evidentes justificaciones ante el juzgado y, claro está, previamente culpado. Ambos se valen de las artimañas parecidas para desestimar los descargos, las explicaciones o los hechos que no se ajusten al veredicto ya tomado.

Y, mientras unos sacrificaban al acusado en una hoguera frente al pueblo, los otros, contemporáneos, lo hacen en una pira digital, virtual, frente a millones. Y, estos últimos, repiten el proceso a diario. Casi cada minuto: la bacanal de repulsa, de calumnia, de embustes, magnificada.

En los dos casos, la víctima devenía sobre todo una herramienta para infundir temor a la audiencia: esta es la jurisdicción de lo «correcto»; fuera de ello, todo es herejía, inmoralidad. Por fuera, sólo residen los culpables dignos del mismo castigo.

Así funciona el antisemitismo. Así lo replica al pie de la letra el llamado «antisionismo». Israel es hoy por hoy la encarnación evidente de lo judío, del judío. Como la inquisición, el pseudoperiodismo, esa mezcla de influencers del odio, papanatas trasnochados, prejuiciosos de los de siempre, se ensaña con la minoría entre las minorías para implantar por el temor lo que es imposible ofrecer mediante la razón: el antioccidentalismo. Esto es:

-las «benevolencias» del islamismo allá iraní,

-las «bondades» de la dictadura china,

-el «éxito socioeconómico» cubano,

-el «humanismo» de Bashar al Assad (¿ha oído alguien de él en la Corte Penal Internacional?),

-la «modernidad» catarí,

-la «panacea democrática» venezolana y turca, la «moderación»

-y la perpetua cualidad de «víctima paradigmática» del extremista liderazgo palestino (del genocida Hamás).

El brutal y metódico ataque del 7 de octubre de 2023 perpetrado por Hamás contra Israel sirvió para desenmascarar a aquellos que aún porfiaban los afeites de la profesionalidad informativa para cubrir las evidencias de su activismo, de su infamia. Podría parecer paradójico que la barbarie de la organización terrorista palestina tuviera este efecto, vamos a llamarlo accesorio. Pero no lo es. Ante la magnitud de la atrocidad, de su sistematismo, los esfuerzos por cubrirlo de olvido debieron redoblarse. El resultado: la labor del propagandista, del apologista, del encubridor, del cómplice, desintegraron el disimulo, el disfraz del que, por otra parte, en la mayor parte de los casos, ya poco más que hilachas quedaban.

Y ahí andan, pues, exhibiendo indignidad como si fuera una virtud, una insignia honrosa, mientras encienden esos fueguitos que, esperan, consuman la legitimidad del Estado judío de una vez por todas. Fueguitos que intimidan a unos y que exaltan a los «creyentes» –los antisemitas de toda la vida, que coinciden, vaya sorpresa, con aquellos que socavan los valores democráticos occidentales–.

Ya lo advertía Jean-Fraçois Revel en su libro How Democracies Perish, al indicar que, intuyendo que la amenaza totalitaria no puede disiparse mediante el compromiso, al menos mediante el tipo de compromiso habitual en la diplomacia clásica, los demócratas prefieren negar que exista el peligro.

Al punto, incluso, de enfurecerse con aquellos que se atreven a verlo y nombrarlo. De tal manera que, como antes los occidentales creían en «el mito del deseo de paz de los comunistas» y se reconocían como los «culpables de la agresividad que pone en peligro la estabilidad del mundo», ahora se cree en el engaño iraní (con su «pacífico programa nuclear» o chino, ruso, catarí, turco o palestino en el mismo sentido; en tanto que Israel es el representante o paradigma de la perversión occidental, es el chivo expiatorio, la ofrenda con la que occidente cree que se salvará.

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