¿Tomamos un café?

¿Tomamos un café?

¿Tomamos un café?: La gran frase por antonomasia en toda relación social que se precie.

La vida gira en torno a los cafés y a sus plantas (cafetos) y nosotros sin saberlo. Ellos dominan el mundo y nuestros estados de ánimo. Pero es que el buen olor de ese delicioso grano tostado hace que se te quiten todas las penas y veas las cosas de otra manera. ¡Estoy salivando y son las 11 de la mañana!

Dice la leyenda que hacia el siglo IX, en Etiopía en la provincia de Kaffa, habitaba las montañas un pastor llamado Kaldi. Un día se dio cuenta de que sus cabras comían una especie de fruto y se ponían nunca mejor dicho “como cabras”. Alertado por tal acontecimiento llevó el preciado tesoro natural al abad del monasterio el cual, como casi buen druida de aquellos tiempos, se dedicó a preparar una infusión. Tras dar un sorbo la escupió, dado su agrio sabor, y echó el resto de semillas al fuego.

Tras un breve lapso de tiempo empezó a emerger entre aquellos muros un aroma agradable e indescriptible asombrando al sabio anciano que acto seguido rescató aquellos granos del fuego y preparó un segundo brebaje. El resultado cambió al mundo y a la civilización. Esa deliciosa bebida avivaba las almas y ayudaba a mantener a los feligreses despiertos durante la vigilia.

Luego llegó la locura por controlar las plantaciones de café en el mundo. En el siglo XV ya existían vastos cultivos en Yemen y el comercio entre Sudán y Arabia era una autopista de la preciada mercancía. Vendían las semillas estériles para que no pudieran reproducir tal preciado ser vivo y hubo tales conflictos que, no pocas veces, las autoridades tuvieron que prohibir su consumo.

Cuando se empezó a liberalizar la siembra, los venecianos pegaron el pelotazo y después los holandeses, que ya en el siglo XVII trasladaron sus cultivos a Asia y América (en Países Bajos los tulipanes crecen muy bien pero el cafeto las pasa canutas) y mientras la India se ponía las pilas aparecen los “Kaveh Kanes” (locales en dónde servían café) que empiezan a extenderse por todas las geografías del mundo civilizado. En 1600 aparecen los primeros establecimientos en Londres y hacia 1700 cruzan el charco desembarcando en la ciudad de Boston.

Aquí en España entra, como siempre tarde, de manos de los italianos y los Borbones. En el siglo XVIII triunfan las exquisitas variedades cultivadas en Canarias por sus condiciones ideales de latitud y clima. Y es que aquí, como lo garrapiñamos todo, dimos caña al café echando azúcar y desarrollando el torrefacto.

Pero en 1933, Alfonso Bialetti, gran observador de las primitivas lavadoras con agua caliente a presión, crea el genial descubrimiento: La cafetera Moka, la cual ha llegado a nuestros días sin variación para degustar el mejor espresso.

Y mientras la pobre achicoria, surgido su uso por los embargos de Napoleón, sigue estando en segunda división luchando partido a partido a golpe de cucharilla y taza.

Por fin, en 1900 se crea el café tostado y envasado al vacío y en 1938 Nestlé presenta el café instantáneo al que llama Nescafé.

Los cafés tertulia inundan las ciudades de Europa de corrientes vanguardistas, generaciones literarias y pensamientos artísticos siendo escenario de muchos debates de actualidad política, convirtiéndose así en un elemento indispensable del desarrollo social en el siglo XX.

Y así hasta nuestros días en los que, como toda buena moda universal, surge por accidente y corre como la pólvora durante siglos. De hecho, voy a hacerme ya el de media mañana, que es cuando más apetece.

Así que no me extraña que el 1 de octubre sea el día internacional del café porque como reza la canción de Miguel Bosé: Que nadie como tú me sabe hacer, uff, café.

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