La verdad insoportable

La verdad insoportable

La escalada verbal del sanchismo político y mediático es curiosa. Cuánto más evidentes son las pruebas sobre la actividad ilícita de Begoña Gómez y del Hermanísimo de Sánchez, más virulento es el lenguaje que utilizan. Si insultan ferozmente y al unísono a periodistas y a sus medios, a jueces y tribunales, es que cada vez se está más cerca de la verdad. Ahora, incluso, hablan de «golpe de Estado del poder judicial», con lo que están diciendo que la verdad podría ser tan insoportable que es capaz de derribar al Gobierno.

Si me permiten, en este presunto caso de corrupción Platón estaría con aquellos que quieren justicia, mientras que el universo sanchista contaría con el filósofo Michel Foucault. Lo explico. Para el griego la verdad era el bien, e implicaba la moral de la vida en comunidad, la virtud. En consecuencia, decía, era preciso castigar al mentiroso y al corrupto. Aquí Sánchez y los suyos no tendrían un pase. El discípulo de Sócrates no los querría en la polis. Pondría una orden de alejamiento. Sin embargo, en España se sigue votando al «puto amo» del PSOE aunque sea conocido que falta a la verdad y que la corrupción sobrevuela su nido.

La izquierda, no obstante, prefiere a Michel Foucault porque este francés decía que la verdad no existe, que es un constructo social, un artificio, una falsedad útil para alguien en contra de otro. En esta logomaquia ni siquiera cabe la posverdad, que resulta una distorsión descarada de la realidad, porque se basa en la negación de que exista lo cierto. No estoy diciendo que Bolaños, Pilar Alegría, Óscar López y demás miembros del coro sepan quién era Foucault, ni que hayan leído más allá del argumentario diario, sino que comparten esa mentalidad de que el hecho es interpretable desde dos puntos de vista: el de los fachas y el de los progresistas. Por eso reaccionan a la investigación del entorno familiar de Pedro Sánchez por corrupción con una teatralidad tan chusca y dicen que es una maniobra del fascio con toga y de sus terminales periodísticas contra el plan progresista que encarna el Gran Timonel de Moncloa. En su representación mental no importa la verdad, sino el autor y el juego de poder.

Para comprobar esta intoxicación prueben a cambiar los personajes, e imaginen que esto hubiera sucedido durante los gobiernos de Aznar y Rajoy respecto a sus esposas y hermanos. La violencia verbal del PSOE y de sus altavoces en la prensa no habría tenido parangón. De hecho, Sánchez presentó en 2018 una moción de censura por una frase de una sentencia que luego hubo que retirar y que finalmente no demostró nada.

La verdad, aunque escueza, es que el poder corrompe, y más cuando tienen lugar dos circunstancias: la inmoralidad del gobernante y la ausencia de frenos independientes de la persona juzgada. En España, lo primero es una realidad. Sánchez no es precisamente un ejemplo de virtud cívica, de gobernante responsable y de fiar, de esos que dan su palabra y aparece tallada en roca. Al contrario, Sánchez es el presidente del Gobierno que ha generado menos confianza desde Adolfo Suárez. Por algo será.

En cuanto a la segunda circunstancia, la existencia de contrapesos a la arbitrariedad del gobernante, parece que todavía la democracia española resiste. Los medios libres hacen su trabajo recabando, contrastando y publicando información, permitiendo así que la sociedad pueda fiscalizar por su cuenta. Al tiempo, el poder judicial aguanta el plan de colonización despiadada por parte del sanchismo. Si esa invasión se hubiera completado y la administración de justicia estuviera completamente al servicio de Sánchez, funcionaría igual que la Fiscalía General del Estado, cuyo éxito más sonado ha sido la revelación de secretos de un investigado para, según ha confesado, «deshacer un bulo». Vuelvo a Platón y me cargo a Foucault: la verdad es el delito demostrado y da igual el motivo, aunque sea insoportable.

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