“Joker “: ríe, payaso, pero, por favor, no me cantes (ni con Lady Gaga)

“Joker “: ríe, payaso, pero, por favor, no me cantes (ni con Lady Gaga)

El Joker, provisionado estéticamente con su icónica sonrisa pintada y su traje burdeos y su engominado pelo de villano dibujado, ya no baja las escaleras del barrio de Highbridge en el oeste del Bronx buscando la muerte: ahora es un Arthur Fleck sin maquillaje, derrotado, prófugo de una explosión repentina e inevitable en el corazón de los juzgados, quien las sube liberado habiendo encontrado el amor y esperando reunirse con la culpable de tan insólito despertar afectivo: Lee Quinzel, trasunto de la antológica villana, Harley Quinn. En esta esperadísima segunda parte de la colosal y dinamitada película que consiguió hacerse con el León de Oro en 2019, Todd Phillips, vuelve a encargarse de estructurar una historia de continuación aparentemente centrada en la evolución de la psicología del personaje y revestida de manera novedosa –por mucho que tanto protagonistas como el propio director intentasen sortear de manera fallida la palabra clave durante sus respectivas intervenciones en la presentación de la cinta en la última edición del Festival de Venecia– de género musical.

Terreno imaginado

Obviando de manera consciente y elegida toda esa carga de señalamiento político que narrativamente elevó la calidad del primer Joker –y propició también el surgimiento de la polémica– en donde se planteaban interesantes teorías y miradas, que a veces incurrían en la tendenciosidad ideológica pero que resultaban de lo más oportunas por el contexto histórico que en ese momento atravesaba Estados Unidos, sobre las consecuencias de los hartazgos populares y las derivas sociales que podía conllevar el hecho de depositar toda esa falta de esperanza colectiva en líderes bufonescos, en representantes electos de la tiranía contemporánea y cabezas visibles de los movimientos populistas de extrema derecha, en “Joker: Folie à Deux” hay una carga mucho más mayoritaria de melodía superficial que de violencia, de ternura que de política.

“Las películas tienden a ser un espejo de la sociedad o de dónde nos encontramos culturalmente hablando muchas veces. Estoy seguro de que es lo que ocurrió en la primera. Me pareció que los temas que tratamos ahí eran bastante actuales. En el “Joker”, Arthur dice: “¿Soy solo yo o el mundo se está volviendo cada vez más loco?”, lo que en cierto modo fue el comienzo de la primera película. Y creo que, si la ves, dirás: “No, no eres el único”. Y en el caso de esta segunda parte, sé que un personaje no lo dice en voz alta, pero pensamos que lo que el mundo necesita ahora es amor. Y ese fue el punto de partida para escribir el guion”, reconocía Phillips en entrevista sobre la intencionalidad real que existía detrás de la creación de esta historia sobre la búsqueda de la identidad, compartimentada de manera constante en dos escenarios de nebulosa semionírica que parecen modularse a través de la separación entre la ensoñación de lo ficticio y la seca crudeza de la realidad. Entre la redención clamorosa de Arthur y la psicopatía idiosincrática del Joker.

Lady Gaga, encargada aquí de dar vida a la trama amorosa por la que se activa de manera inminente ese escenario que pertenece al terreno de lo imaginado, conoce a Arthur en unas clases de canto que ofrecen dentro de las actividades del pabellón E del Hospital Estatal de Arkham, una unidad de reclusos visualmente muerta, sombría y opresiva donde la violencia y la humillación estomagante ejercida sobre el cuerpo y la mente de nuestro performado mártir se ejercen con particular ensañamiento por parte de Jackie Sullivan, un guardia de prisión interpretado de manera destacada por Brendan Gleeson, que también se atreve con un cante sorprendentemente atinado.

Sirviéndose de la introducción de numerosas actuaciones musicales –que lejos de suplir la narración con la propia letra de las canciones, acompañan al relato de manera indolora en términos formales– como vehículo para mostrar el verdadero estado de la mente de Arthur, “Joker: Folie à Deux” transita entre el proceso de enamoramiento envenenado de los protagonistas y la celebración del juicio en el que se delibera la culpabilidad del payaso criminal por los asesinatos cometidos en la primera parte. Vuelve a perfilarse de nuevo, eso sí, en forma de explicación primigenia de los orígenes de la locura del Joker, una configuración bastante esmerada de las enfermedades mentales y de la complejidad interna a la que están sometidos quienes las padecen.

Phoenix, de nuevo soberbio en su recreación de las consecuencias que conllevan, reconocía en la presentación en Venecia de la cinta sobre su atrevimiento con las canciones y la integración de la música en el relato que “queríamos desde el principio que pareciera espontáneo, improvisado y sucio. Algo que no se suele ver en películas de ese género. En realidad, lo que queríamos es que no se pareciera a nada que hubiéramos visto antes, ni hacerlo de la manera en que la gente suele interpretar canciones en las películas. Fue emocionante pero también supuso un gran desafío porque teníamos que interpretar las canciones en directo para que parecieran precisas, auténticas, aunque no fueran las interpretaciones más bonitas de la canción. Y esa manera de trabajar me pareció fascinante”.

Gaga por su parte, defensora visceral de los márgenes y de todos aquellos que los atraviesan, afirmaba que «Todd siempre dijo que había música dentro de Arthur. Es difícil para mí hablar sobre la génesis de cualquier cosa de esta película sin empezar con Arthur y la primera película. Para mí, la música juega un papel muy importante en esta película porque es parte de lo que da vida a Joker y a Arthur. Creo que, en cierto modo, a veces se acerca a una metáfora de cómo Arthur se convierte en Joker. Esta música está dentro de él. Y creo que también es la expresión en un momento dado de cosas que simplemente no se pueden decir con palabras en la escena. Había que traducirlo en canción y en baile». Y esos bailes y esas canciones dibujan pese a todo la forma hermosa, enrarecida y delirante del “folie à deux”, de ese engaño compartido, de esa fantasía irreal transmitida entre dos personas que sufren psicosis y que han aprendido a entenderse a través de un único lenguaje universal y cortoplacista: el del amor.

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