La guerra del viento

La guerra del viento

No en todas partes resulta igual de rentable poner molinos eólicos, pues el viento no sopla por igual ni con la misma intensidad. De ahí que, cuando las compañías instaladoras, encuentran el lugar más idóneo, se planifique por lo general una concentración extraordinaria de aerogeneradores de gran tamaño que, en buena parte de los casos, modifican radicalmente el paisaje y transforman de manera artificial el ecosistema. De ahí que de un tiempo a esta parte asistamos a una sucesión de protestas por tal motivo. Como se trata de zonas rurales, no tienen el mismo impacto que cuando las mismas se hacen en Madrid o Barcelona, por ejemplo. Pero el runrún existe desde hace tiempo, y prueba de ello fue el grito de “eólicas sí, pero no así” del director de cine Rodrigo Sorogoyen, cuando recogió el Goya a la mejor película por As bestas, haciéndose eco de un lema que han utilizado diversas plataformas que se sublevan contra la implantación de grandes parques de viento en diferentes puntos de España. La escritora Elvira Lindo, abiertamente favorable a la cultura verde, lo escribía también en un reciente artículo, al subrayar: “nos encontramos en Matarraña y el Maestrazgo, zonas asombrosas donde uno de los entornos naturales más valiosos de España convive con pueblos de belleza única. Allí y en otro sitio se ha aprobado la implantación de 20 parques eólicos, lo que supondría talar en torno a dos millones de árboles adultos. La deforestación prevista puede equivaler a 200 campos de fútbol”. Los vecinos de este entorno están en pie de guerra. Algo que se repite en otras muchas zonas rurales de España, donde la instalación de macro-parques divide a los pueblos, perjudicando en muchos casos la convivencia. Los propietarios de los terrenos alquilados para implantar los aerogeneradores reciben cantidades muy superiores al rendimiento por hectárea, pero lo hacen en detrimento de sus vecinos, que padecen los molinos sin percibir nada. Aunque no sólo ahí está el problema. La masificación eólica afecta a la agricultura y los ecosistemas locales. Si se utilizaran solo terrenos ya degradadas, como los márgenes de las carreteras o los polígonos, y no lugares con alto valor paisajístico y ecológico, como se hace ahora, gran parte de las protestas disminuirían. Y es que si se ocupan tierras fértiles se dejan de producir alimentos, lo que daña la biodiversidad, e influye en la mortandad de una buena cantidad de aves, murciélagos e insectos.

Además, explican los afectados que las grandes infraestructuras eólicas en los pueblos producen un ruido ensordecedor, que da lugar a problemas nerviosos, insomnio, dolores de cabeza, zumbidos, presión arterial elevada, estrés y hasta arritmias, amén de que los infrasonidos producidos por las turbinas, no perceptibles por el oído humano, producen también efectos no deseados en el organismo.

Colectivos defensores del patrimonio están presentando alegaciones contra proyectos en diferentes provincias, sobre todo en el norte de España. “Renovables sí, pero sin destrozar el litoral”, dicen los pescadores gallegos. Y así otros colectivos en otras partes de España. La guerra del viento apenas acaba de comenzar.

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