La buena gente

La buena gente

La gramática de la bondad, que nada tiene que ver con el buenismo, o con un alma cándida, expuesta a que la engañe y utilice todo bicho viviente, es ese tesoro que sólo posee la buena gente y que nos descubre el gozo de la gratuidad, de un encuentro, de una palabra. La gramática de la bondad, es el camino para conocer el valor de lo esencial, frente a las falsas necesidades que nos vende la insaciable máquina consumista, como si eso fuese todo cuanto hay que ver y disfrutar. La buena gente pasa, además, del miedo que intentan meterle en el cuerpo para acoger al otro y echar una mano donde haga falta, porque sustituye el yo por el nosotros. Esto, unido al no pronunciarse sobre la vida ajena, produce la sana alegría y no una alegría cualquiera.

Esa que tanto tiene que ver con “la mística del instante”, en la que insiste el maestro Eckhart y que no está propiamente ligada a un método, sino que “es el estar, es el ser en la máxima simplicidad y la máxima verdad”, sin enjuiciar la vida de los demás. Pues ¿Quiénes somos nosotros para dictaminar sobre nadie? Las personas que juzgan continuamente sobran. Ven, desde fuera, convencidas de que ya lo han visto todo. No necesitan contrastar, ni escuchar a nadie, para emitir una sentencia condenatoria. Se mantienen a toda hora quejosos, insatisfechos, convencidos de que cargan a sus espaldas el peso del mundo. Hay que huir de esa gente y su interminable lamento y rodearse de seres de vida sencilla, no beligerante.

Cuanto más descomplicada mejor. Sucede que las mujeres, los hombres, que miran a su alrededor de forma indulgente y benévola, son los que sostiene la vida y la hacen avanzar. Sin una actitud compasiva y respetuosa, podemos caer en el rechazo de lo distinto; en esa resistencia a lo diferente que provoca desencuentro y odio. Es el ego, una vez más, ese gran falsario, el que hace impracticable el abecedario de la verdad, con su obsesión por convencernos de que poseemos la verdad. Abandonar la autosuficiencia y enfocar la atención en lo más noble y sagrado del ser humano, con largueza y mente abierta, ayuda a descubrir las cualidades del otro y a superar, con serenidad y buen ánimo, cualquier infortunio. Merece la pena darle una vuelta a todo esto. La suspicacia, el embuste, son el mayor enemigo de la convivencia tranquila y, también, de cualquier relación sana.

Necesitamos alimentar la confianza mutua. Quien vive en ella, asegura el portugués Tolentino Mendonça, “tiene la capacidad de apacentar las pequeñas cosas, como sabiendo que nos dan la medida de las grandes cosas y aprende a no desesperarse en la oscuridad, porque sabe que hay una luminosidad que crece y crece y acabará por vencer cualquier penumbra”. Y así sucede que, cada día, es una invitación a saborear la esperanza. Esa porción de ilusión y generosidad, de las que tanto precisamos, para hacer frente al diario vivir.

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