Thyssen, el último desvarío de la «decolonizacion» de los museos

Thyssen, el último desvarío de la «decolonizacion» de los museos

Durante los últimos dos siglos, como fruto del gran desarrollo cultural de los más importantes países europeos, cada nación buscaba acumular y mostrar, con motivos de prestigio, pero también educativos, obras de arte y objetos de interés llegados de todas partes del mundo. La Ilustración pretendió desarrollar en varios sentidos el conocimiento enciclopédico, tanto en ciencias como en artes y letras. En ese horizonte se enmarca nuestro sistema educativo, cada vez más mermado, por teorías que mucho tienen que ver con lo colonial, pero no las antiguas colonias que dependían de la corona inglesa o española, por ejemplo, sino con las que nos llegan de EEUU, país imperialista, nos guste o no -véase cómo implica a los aliados en sus guerras, al margen de la ciudadanía, que muy mayoritariamente la paz desea: las democracias aquí no cuentan-.

Norteamérica es fascinante en tecnología, en poderío económico y militar, con algunas de las mejores universidades del mundo, pero está, sin embargo, en descomposición cultural y política. Sorprende una sociedad que tantas cabezas prestigiosas promueve cuando todo pareció depender de un presidente senil, mentalmente perjudicado, o de un candidato ya condenado y peligroso (tragedia Biden-Trump).

Nueva Inquisición

Esta poderosa nación ha gestado su peor enemigo: una especie de nueva Inquisición antiimperialista con valores centrados en la pansexualización identitaria y en lo «políticamente correcto» que predica criterios de inclusividad (convertidos realmente en nuevos privilegios) y neodogmas, agresivos ante cualquier matiz crítico. Y todo ello motivado por el racismo, que no ha logrado superar, a partir de los esclavos traídos originariamente por el imperio colonial británico, pese a sus políticas de discriminaciones «positivas». Su problema se ha convertido en un corrosivo arsenal teórico que se ha tornado descontrolado contra Occidente, como si los jugos gástricos que permiten disolver los alimentos culturales fueran tan extremados que deshiciesen al mismo estómago y al individuo que devora la cultura: llamativo suicidio occidental que ya [[LINK:TAG|||tag|||633611f75c059a26e23f74b9|||Macron ]]intentó frenar en Francia, donde se rebelan ante este desmesurado ácido crítico.

[[LINK:TAG|||tag|||65aebba4bbbc190bde11c779|||El ministro de cultura español]], que se presentó con un programa descolonizador, y la exposición actual en el [[LINK:TAG|||tag|||6336178d5c059a26e23f7dd9|||Museo Thyssen]], «La memoria colonial», a la que se ha unido las instalaciones de Tabita Rezaire, «Nebulosa de la calabaza» y «Omi, templo de Yemoja» sobre la fantasía indigenista, son parte de esa tendencia norteamericana que trata a las naciones europeas como sus colonias culturales, además de Hollywood y la supremacía mercantil musical. El neocolonialismo norteamericano critica los antiguos colonialismos europeos mientras pretende asentar su económico y militar imperio por el planeta, frente a chinos y rusos.

Ahora se plantea devolver un regalo, ni siquiera fruto de un expolio: la colección de piezas precolombinas de los quimbayas del Museo de América, a petición del hoy izquierdoso presidente colombiano. Fue un regalo de la República de Colombia a la Corona española, por manos de su entonces presidente, en 1893, pues se evitó un conflicto bélico de modo diplomático. Si todas las compras o regalos tuviesen que devolverse a sus países de origen, el [[LINK:TAG|||tag|||63361c081e757a32c790c891|||Museo del Prado ]]se vaciaría: tendría que devolver El Bosco, Patinir, piezas itálicas, como los Caravaggio, Rafael, Tiziano, etc. Afectaría a todos los grandes museos del mundo, el Metropolitano de Nueva York incluido, que mantiene parte del antiguo patrimonio español. Algunos tienen las piezas como fruto de una dominación colonial (Francia, Reino Unido, Alemania, etc.). Otros mantienen piezas sustraídas o capturadas (robadas) como botín de guerra, como sucedió con bastantes piezas egipcias o griegas que el Imperio Romano llevó a su capital. ¿Habría que devolver entonces los obeliscos egipcios al lugar donde fueron hechos y concebidos? Disputas parecidas brotan de vez en cuando en torno a los mármoles del Partenón, en el Museo Británico.Una de las grandes riquezas de estos prestigiosos y cuidados museos es su variedad de piezas, de diversas culturas y tierras. Son microcosmos que muestran lo más significativo de la historia y arte de la humanidad, como una enciclopedia.

Resulta más «natural» y adecuado ver las piezas en el lugar y entorno para el que fueron concebidas, aunque muchas se cobijan en museos, para protegerlas. La opción de la copia perfecta o digital, como las que hace Factum Arte (la Dama de Elche, etc.), permite colocar en el lugar de origen clones que evitarían este tipo de disputas que a nada conducen: el fomento del rencor.

Mientras, el gobierno deja que se nos hundan los monumentos culturales españoles: acaba de incrementarse la lista roja de los que están en grave peligro hasta el llegar a 1.400. El presupuesto se gasta en adoctrinamiento y modas promovidas por una extrema izquierda desnortada, sin orientación alguna, confundida con un odio visceral a todo lo europeo. ¿Merecemos sufrir un Ministerio de la Descultura?

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