Amani Abu Sehli creció en un pequeño pueblo de la gobernación de Quena, en el Alto Egipto, donde las tradiciones centenarias están muy arraigadas y los lazos familiares son algo por lo que merece la pena morir. Por eso estaba acostumbrada a los frecuentes asesinatos por venganza que se producían. Pero en 2014, su propia familia acabó en el centro de uno de estos casos. El hijo de Amani, de 16 años, recibió un disparo cuando se dirigía a la escuela. Murió en el acto. Este asesinato desencadenó una enemistad mortal entre su familia, conocida como Sahalwa, y otra llamada Makhalfa.
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