Las abejas abandonan las iglesias de los pueblos

Las abejas abandonan las iglesias de los pueblos

Corre el año 1859. Los habitantes de Ucero, un pequeño pueblo de la provincia de Soria, profesan un extraordinario fervor religioso por una imagen, la Virgen de Villavieja. Pero la ermita que la cobija se les ha caído. El cura debe hacer lo imposible por reconstruir el templo y, de hecho, tendría el presupuesto suficiente si los feligreses hubiesen entregado puntualmente las cuotas a la parroquia. Como exigirles de golpe la deuda arruinaría la economía de los fieles, al párroco se le ocurre una fórmula creativa, que remite al obispo de la diócesis de Osma-Soria en una carta: los vecinos aportarán el trabajo y los materiales para la restauración, que se completará “con el importe de unas ventas del horno”. Se refería al horno de abejas, a las tradicionales colmenas. Estas fueron habituales en las iglesias hasta hace unas décadas: garantizaban la producción de cera para las velas, y miel —como en el caso de Ucero— para obtener ingresos con los que mantener en pie el patrimonio.

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