La tentación de venderse

La tentación de venderse

A un destacado socialista le preguntaron por los acuerdos de Pedro Sánchez con los partidos independentistas catalanes y vascos. Para no reconocer la incomodidad que eso le generaba, y al no encontrar argumentos prácticos y sólidos de defensa, respondió con una pregunta: ¿qué alternativa hay?

La tesis de la inevitabilidad se ha extendido entre la militancia del PSOE como si sirviera de justificación para cualquier acuerdo, incluidas algunas fechorías. «Es que no hay alternativa», dicen. «Es lo que han votado los españoles», aseguran. Ambas falsedades son tan evidentes como celebradas entre militantes y dirigentes socialistas, cuando tratan de salir airosos de un debate, amparando aquello que resulta difícilmente sostenible. Pero el mecanismo funciona.

Moncloa concede a Bildu los honores de presentar la ley de Seguridad Ciudadana, conocida como ley Mordaza. De tal forma, que los límites a la actividad de la Policía y de la Guardia Civil se establecerán al gusto de un partido como Bildu. Y, además, le entrega el poder de decidir cuántos años de condena se van a ahorrar algunos de los más sanguinarios terroristas de ETA.

Moncloa concede a Esquerra el diseño de la financiación autonómica. Por tanto, las diecisiete comunidades españolas verán condicionado su acceso al dinero público según los intereses de un partido independentista concreto y de una comunidad autonómica concreta: Cataluña.

Moncloa concede a Carles Puigdemont la elaboración de la ley de Amnistía, para aplicársela a sí mismo. Cualquier ciudadano querría disfrutar del privilegio de elaborar una ley que le afecta de forma tan directa, pero el único afortunado es Puigdemont.

Estos pagos que se abonan conforme avanza la legislatura son retribuciones solo parciales, porque sobrevivir un día más en el poder supone añadir plazos a una deuda que, por otro lado, parece ilimitada.

Sánchez, sus ministros y los dirigentes del PSOE suelen hacer chanzas sobre aquella afirmación que hizo Feijóo desde la tribuna del Congreso: «No soy presidente porque no me vendo ni vendo a los españoles».

Sería buena cosa que el líder del PP mantenga ese criterio si, llegado el momento, se encuentra otra vez de frente con la tentación.

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