Los políticos tienen una fama merecida de personas serias y sobrias, casi aburridas. Pero de vez en cuando intentan seducir a los votantes con humor, ya sea con algún chiste bienintencionado sobre sí mismos o con algún insulto con voluntad más o menos cómica. ¿Pero el humor es un arma política útil o hace que los votantes no se tomen en serio las propuestas?
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